martes, 4 de mayo de 2010

1997, Europeo sub'16: Érase una vez en Egipto II (la precuela)

En su día hablamos de la selección sub'17 que en 1997 alcanzó brillantemente en Egipto la tercera plaza en el Mundial de la categoría, pero se nos había quedado en el tintero el primer paso de aquella camada, el Campeonato de Europa que sirvió para reservar plaza en el viaje a la tierra de los Faraones y, de paso, para llevar un nuevo título continental a las vitrinas de la Federación. Y si la crónica de ese Mundial sirvió para iniciar los artículos dedicados a los torneos anteriores al sub'20 de Nigeria, parece más que adecuado que retomemos esos relatos precisamente con el Europeo que precedió a la cita egipcia. Así que hoy es el momento de recordar aquel torneo, celebrado en varias localidades del centro de Alemania, en el que la selección española se alzó con el triunfo y recuperó así una hegemonía en la categoría que Portugal, con dos títulos consecutivos, había puesto en entredicho. De entrada, el combinado de Santisteban tuvo que vérselas con Inglaterra y la República Checa en un triangular en tierras británicas en el que estaba en juego la clasificación para la fase final. En el debut España se sobrepuso a los nervios, al ambiente hostil y a un tempranero gol inglés para acabar infligiendo un duro correctivo a la selección anfitriona, un 1-5 que sirvió como inmejorable carta de presentación ante el mundo. Un empate a uno ante los checos valió para asegurarse el pase, y a finales de abril el equipo se plantó en Alemania dispuesto a todo, aún siendo consciente de la dificultad que entrañaba ganar un campeonato que en aquellos años se disputaba a 16 selecciones.

Encuadrada en el grupo C, junto a Ucrania, Polonia y Austria, España sufrió una especie de déjà-vu en el partido inaugural ante los ucranianos. A los ocho minutos, un gol en contra y la expulsión del central Zuhaitz Gurrutxaga parecían trasladar al equipo al complicado partido en Inglaterra. Y en realidad algo así debió de suceder, porque la reacción hispana se concretó también esta vez en una inesperada goleada por 6-1 gracias a los goles de Miguel Mateos (dos), David Rodríguez-Fraile, Camacho, Corona y Antonio Cuartero, delantero por entonces de la cantera del Real Madrid, capitán de aquella generación y que se perdería la cita mundialista de Egipto por una inoportuna lesión. Con la moral por las nubes tras la remontada del primer día, España derrotó a Polonia por 2-1, con doblete de Juanjo Camacho, y selló su inmaculado pase a los cuartos de final con otra victoria, esta vez por 2-0, ante Austria, con goles de Nelo y David. El núcleo del equipo era prácticamente el mismo que jugaría el Mundial cuatro meses después, siendo las variaciones más significativas las del citado Cuartero y el central del Valladolid Javier Baraja, que tampoco pudo estar a orillas del Nilo (Sousa, Xavi o Sergio Santamaría serían algunos de los recambios), y ya entonces se veía que había mimbres para construir una gran escuadra.

Pero había que ir paso a paso, y el siguiente obstáculo iba a ser Eslovaquia, una selección que se plantaba en cuartos de final aprovechándose tal vez de la debilidad de un grupo que compartía con Turquía, Eslovenia e Islandia, pero que desde luego iba a vender cara su derrota. De hecho los eslovacos se adelantaron en el marcador al cuarto de hora, y España tuvo que remontar una vez más. Mateos igualó antes del descanso y en la segunda parte dos goles casi seguidos de Camacho pusieron las cosas en su sitio. En semifinales esperaba Alemania, el equipo anfitrión, que llegaba como favorito tras pasearse ante sus rivales, con nueve goles a favor y sólo uno encajado en los cuatro primeros partidos. Era una auténtica final anticipada y así se plasmó sobre el terreno de juego, con dos equipos luchando fieles a su estilo y que nunca dieron facilidades al rival. España tomó el mando del balón y logró romper el choque en el tramo final, gracias a sendos goles de Cuartero y David Rodríguez-Fraile. El postrero tanto alemán sólo sirvió para poner la pizca de emoción que necesita todo gran partido, y los chicos de Santisteban pudieron celebrar el pase a la final y la clasificación directa para el Mundial sub'17.

Hay una teoría en este tipo de campeonatos (y no sólo en el fútbol) que hace que los entrenadores suelan recelar cuando les toca enfrentarse por segunda vez a un rival al que ya vencieron en una fase anterior. Se dice que entran en juego la relajación de unos y las ganas de revancha de los otros, y que no es nada infrecuente que la víctima acabe convirtiéndose en verdugo. La realidad es que hay ejemplos para todos los gustos, unos que reafirman dicha teoría y otros que la desmontan, pero imagino que a Juan Santisteban no le haría mucha gracia tener que jugarse el título ante Austria, que había logrado el pase en una agónica tanda de penaltis ante Suiza. Tras haber derrotado a Alemania en semifinales y haber vencido claramente a los austriacos en la fase de grupos, la selección española tenía que asumir el papel de favorita indiscutible y eso, a estas edades, puede que pesara en las piernas y en la cabeza de nuestros chavales cuando saltaron al estadio de la pintoresca localidad germana de Celle. El partido discurrió con dominio español, aunque inmerso en una batalla física que favorecía a los centroeuropeos. Las ocasiones llegaban con cuentagotas pero ni el pichichi Camacho ni la pareja de arietes madridistas ni su compañero Corona fueron capaces de batir la meta rival, y por momentos parecía que la maldita teoría iba a sumar aquel 10 de  mayo un nuevo punto a su favor. Con empate a cero se llegó al final del tiempo reglamentario y de la prórroga, y hubo que recurrir a los lanzamientos desde los once metros para dilucidar quién levantaría el trofeo continental. Pero ahí emergió la figura del benjamín del equipo, el guardameta Iker Casillas, que detuvo el quinto y último penalti de una tanda hasta entonces sin fallo para tirar por tierra esos malos augurios y comenzar a inscribir su nombre en la mente de los aficionados. Era el cuarto entorchado en categoría sub'16 para España, y el primer título de una larga lista para el chaval de Móstoles. Él acabó llegando a lo más alto; la mayoría de sus compañeros, como ya les advertía Julio César Iglesias en El País el día después de la final (y como desgraciadamente comprobamos en aquella entrada sobre el Mundial que disputaron), terminó viendo cómo eran otros los que jugaban los partidos del siglo de cada semana. El orgullo de ganar un Europeo, eso sí, jamás se lo quitará nadie.