martes, 23 de diciembre de 2014

1989, Mundial sub'20: Fiasco en Arabia

Tras el brillante e inesperado subcampeonato alcanzado en la URSS 1985, la selección española volvió a faltar a la siguiente cita mundialista sub’20. El Campeonato de Europa sub’18 había cambiado de formato tras la edición de 1984, pasando a celebrar sus fases finales cada dos años y con sólo ocho equipos en lugar de dieciséis, que además se tendrían que jugar el título continental en formato de copa desde cuartos de final. La clasificación, por tanto, se hacía mucho más complicada, y España sufrió pronto esa nueva dureza. Encuadrada en la liguilla de clasificación con Luxemburgo, Francia y Yugoslavia, la selección española juvenil acabó tercera de grupo y quedó fuera del torneo. Pese a que por aquellas convocatorias desfilaron jugadores de la talla de Villarroya, Rafa Alkorta, Nando, Cristóbal Parralo, Guillermo Amor, Juan Carlos Mandía o Santi Aragón (además de algunos subcampeones mundiales como Unzué, Ferreira, Lizarralde, Nayim o Losada), la falta de cohesión de un grupo que cambiaba mucho de un partido a otro y la fortaleza de los rivales dejaron a España muy lejos de cualquier opción mundialista.
Fue precisamente Yugoslavia, que lideró el grupo clasificatorio pero sólo pudo acabar quinta en ese Europeo de 1986 (que ganó la República Democrática Alemana), la que un año más tarde inscribiría su nombre con letras de oro en el palmarés de los mundiales juveniles. En Chile 1987, los Robert Prosinecki, Predrag Mijatovic, Davor Suker, Zvonimir Boban, Robert Jarni, Dubravko Pavlicic, Branko Brnovic o Igor Stimac escribieron una de las páginas más memorables de los campeonatos sub’20, con una victoria que la guerra les impediría intentar reeditar unidos en categoría absoluta.
Para cuando Yugoslavia ganaba el título mundial en Chile, la nueva selección española sub’18 ya había encarrilado su presencia en la siguiente fase final del Europeo juvenil, la de 1988. En un grupo en el que también figuraban Luxemburgo y Malta estaba claro que todo se iba a decidir en los duelos directos entre España e Italia, y los de Pereda habían golpeado primero al derrotar a los transalpinos en su casa por 0-1 en marzo de 1987. Los demás choques se resolvieron por goleada (0-4 y 7-0 a Luxemburgo y 6-0 a Malta) antes de recibir la visita de Italia en el mes de noviembre. Con otra victoria por la mínima, España se aseguró el liderato y cerró la fase previa con un intrascendente 0-2 en Malta y un imponente registro de seis victorias en seis partidos, con veintiún goles a favor y cero en contra.
La fase final del Campeonato de Europa sub’18 se disputó a finales del mes de julio de 1988 en Checoslovaquia. Había seis plazas en juego para el Mundial de Arabia Saudita 1989, de modo que vencer en cuartos de final garantizaba la clasificación; en caso de derrota, aún quedaría una última opción en un partido contra otro de los eliminados. 
Alineación de España en el Mundial sub'20 de Arabia Saudita 1989
(extraída del Informe Técnico oficial del campeonato)

jueves, 20 de noviembre de 2014

1985, Mundial sub'20: Un equipo para la Historia

Después de haber sido la única selección europea que conseguía disputar los tres primeros mundiales juveniles, España falló en la cuarta cita. En el Campeonato de Europa sub’18 de 1982 el equipo de Pereda no fue capaz de sumar ningún punto ante Bulgaria, Polonia y Bélgica, por lo que los Juan Carlos Ablanedo, Ricardo Serna, Eloy Olalla o Miguel Pardeza no pudieron viajar a México el verano siguiente. Allí, Brasil obtendría su primer título mundial sub’20 gracias a la actuación de hombres como Jorginho, Dunga o Bebeto, aunque el mejor jugador y máximo goleador fue Geovani Silva, que luego tendría una buena carrera pero no tan destacada como la de algunos de sus compañeros. Otros futuros grandes futbolistas presentes en aquel campeonato fueron Marco van Basten, Toni Polster, Luis Islas, Óscar Dertycia, Rubén Sosa, José Luis Zalazar, Tab Ramos o Wilfred Agbonavbare, por citar algunos de los más conocidos para los aficionados españoles. Con más de un millón de personas en las gradas, el de México 1983 fue un gran Mundial sub’20 en todos los aspectos.
La no clasificación de los juveniles para ese campeonato fue un pequeño jarro de agua fría para un fútbol que estaba a punto de recibir un mazazo aún mayor. En lo que nos ocupa, el fiasco de España’82 supuso el nombramiento de Miguel Muñoz como nuevo seleccionador absoluto pero no implicó más cambios en el organigrama técnico de la Federación Española, por lo que Jesús Pereda se mantuvo al frente de la sub’18. Después de otro irregular papel en el Europeo juvenil de 1983 (tras eliminar a Países Bajos en la ronda previa, se perdió con Inglaterra, se ganó a la URSS y se empató con Escocia para quedar otra vez fuera de la lucha por el título), el Campeonato de Europa sub’18 de 1984 se presentaba como un nuevo examen para el fútbol base español. En el horizonte, el Mundial sub’20 de Chile 1985, primero que acogería Sudamérica.
Llegar no fue sencillo. En marzo, en la eliminatoria de acceso a la fase final del Europeo, hubo que deshacerse de un duro rival: Francia. Tras perder por 1-0 en la ida, disputada en la localidad gala de La Rochelle, con un gol en el descuento, en la vuelta en Gijón los juveniles españoles se vieron nuevamente por detrás en el marcador a la media hora de juego. Por suerte, el equipo se rehízo rápidamente y la remontada se culminó en la segunda parte con un gol de Goyo Fonseca. Con el 3-1 final, España obtenía su clasificación para el campeonato a celebrar a finales de mayo en la Unión Soviética.
Plantilla de España para el Mundial sub'20 de la URSS 1985
(Marca, 16/08/1985)

jueves, 16 de octubre de 2014

1981, Mundial sub'20: Lo que pudo haber sido y no fue

Mientras Argentina celebraba sobre el césped el título recién conquistado ante la URSS, en el marcador del Estadio Olímpico de Tokio ya se emplazaba a los aficionados para la siguiente edición del Mundial juvenil, a celebrar en 1981 en Australia. Con esta concesión, Joao Havelange cumplía con su promesa de llevar estos campeonatos a todos los continentes que jamás habían organizado un evento FIFA: tras África y Asia, Oceanía completaría el círculo evangelizador iniciado en Túnez 1977. Además, plenamente aceptado por el mundo del fútbol y consolidado en su estructura bienal sub’20, el “Torneo Mundial de Juveniles por la Copa Coca-Cola” cambiaba su nombre y adoptaba una denominación algo más formal: el de Australia sería el primer “Campeonato Mundial Juvenil por la Copa Coca-Cola”.
Podríamos decir que el largo y tortuoso camino a la isla continente empezó oficiosamente para España en noviembre de 1979, apenas dos meses después del Mundial de Japón, en la prestigiosa “Copa Príncipe Alberto” que se celebraba anualmente en Montecarlo en honor del entonces joven heredero monegasco. Tras las primeras pruebas de la primavera, el torneo de Montecarlo sirvió para que Jesús Pereda y José Emilio Santamaría comenzaran a trabajar de lleno con el bloque que debería luchar por su presencia en el “Torneo de Naciones de la UEFA” de 1980, que daría acceso al Mundial sub’20 de 1981.
En Mónaco, pese a contar con jugadores de la talla de Andoni Zubizarreta, Roberto Fernández, Urbano Ortega o Ángel Pedraza, por citar a algunos de los que luego tendrían una carrera más exitosa como profesionales, España acabó en una discreta sexta posición, generando dudas de cara a los compromisos oficiales del año siguiente. Sin embargo, con la incorporación de Jose Mari Bakero y, sobre todo, de José Miguel González Martín del Campo, “Míchel” (al que Pereda usaba en muchas ocasiones como falso delantero centro), ambos de escasos diecisiete años, el equipo mostró claros signos de mejoría en los dos amistosos disputados en casa contra Portugal (2-0) y Rumanía (0-0) a comienzos de 1980. Unas buenas sensaciones que se confirmaron en la eliminatoria de acceso al Europeo juvenil, en la que la selección jugó con brillantez y derrotó sin problemas a Suiza en ambos partidos: 3-0 en Ciudad Real y 0-2 en la encerrona que prepararon los suizos en un minúsculo campo de Altstätten.
Plantilla de España para el Mundial sub'20 de Australia 1981
(Mundo Deportivo, 01/10/1981)

miércoles, 17 de septiembre de 2014

1979, Mundial sub'20: España y un Sol naciente

A pesar de todas las dificultades y dudas surgidas en torno a la creación de los campeonatos mundiales juveniles, para cuando el balón dejó de rodar en Túnez casi todo el mundo había asumido ya que el proyecto de Havelange era, en general, una buena idea. Así lo demuestra el hecho de que la FIFA tenía entonces sobre la mesa nada menos que seis candidaturas para albergar la edición de 1979: las de Estados Unidos, Irán, Australia, Japón, Uruguay y Países Bajos. El caso del país europeo era especialmente significativo, ya que la federación neerlandesa era una de las que había respondido negativamente a la invitación inicial que la FIFA había hecho a sus miembros para participar en la primera edición. Dos años después, Países Bajos no sólo quería jugar el torneo, sino que pretendía organizarlo. Su candidatura, sin embargo, tenía poco que hacer en esa carrera, porque la FIFA pretendía seguir llevando su torneo juvenil a países donde el fútbol estuviera prácticamente en pañales.
Eso sí: esta vez también se querían evitar los problemas sufridos en Túnez, así que las propuestas de Japón, Australia y Estados Unidos parecían partir con cierta ventaja, pues eran países desarrollados, con buenas infraestructuras deportivas y hoteleras y capaces de captar más patrocinadores y televisiones para la causa. Finalmente, el 14 de enero de 1978, un día antes del sorteo de la fase de grupos del Mundial de Argentina, el Comité Ejecutivo de la FIFA eligió a Japón como sede del segundo “Torneo Mundial de Juveniles por la Copa Coca-Cola”, que además ampliaba su rango de edad y se abría a jugadores menores de 20 años (se permitió la participación de futbolistas nacidos a partir del 1 de agosto de 1959). Entonces era difícil adivinarlo pero, tras el experimento sub’19 de Túnez 1977, aquel campeonato se acabaría convirtiendo en el espaldarazo definitivo que consagraría a los Mundiales juveniles como un torneo de referencia en todo el planeta.
Y todo porque el país del Sol Naciente alumbró el nacimiento de la que sería la estrella más brillante del firmamento futbolístico durante los siguientes quince años: un pibe argentino que, con el 10 a la espalda, quiso sacarse la espinita de no haber sido incluido en la escuadra definitiva para el Mundial absoluto del año anterior. Sin haber cumplido los diecinueve y con el mismísimo César Luis Menotti en el banquillo, Diego Armando Maradona Franco hizo y deshizo a su antojo para decirle al mundo (y al Flaco) que no había nadie mejor que él. Y el mundo lo vio y tomó nota y, desde entonces, los mundiales juveniles se convirtieron en una especie de dorada California de 1849 a la que aficionados y clubes comenzaron a acudir en masa para intentar descubrir al nuevo crack del futuro. El tiempo acabaría por confirmar que el oro puro suele escasear, pero no resulta descabellado afirmar que, con su deslumbrante actuación en Japón, Maradona hizo más por la promoción de estos campeonatos que Joao Havelange, Harry Cavan, Joseph Blatter (que en 1979 proseguía su meteórica ascensión y ya era secretario del comité organizador del torneo) y el resto de ejecutivos de la FIFA juntos.
Y, aunque su presencia en aquella edición no acabara pasando a la historia como la del “Pelusa”, España también estuvo allí. 
La expedición española que viajaría al Mundial juvenil de Japón 1979
(Fuente: Marca)

domingo, 13 de julio de 2014

1977, Mundial sub'20: Todo comenzó en Túnez

Cuando en 1974 Jean-Marie Faustin Goedefroid de Havelange llegó a la presidencia de la FIFA, el mundo (también el del deporte) estaba cambiando política y económicamente y el dirigente brasileño supo verlo mejor que nadie. Ya durante su campaña electoral el antiguo nadador olímpico había jugado con éxito la baza que suponía el poder convertirse en el primer presidente no europeo en la historia de la asociación, aglutinando en torno a su figura a muchas federaciones de países tradicionalmente alejados de los centros de poder (muchos de ellos porque su independencia era tan reciente que ni siquiera habían tenido tiempo de entrar en esos círculos). Y, una vez instalado en el sillón de Zúrich, Joao Havelange no tardó en cumplir las promesas realizadas a esas naciones que tan poco habían sido tenidas en cuenta anteriormente, ganándose su fidelidad para muchos años.
Con la ayuda de Horst Dassler, el dueño de Adidas (que había apoyado sin fisuras la candidatura para la reelección de Sir Stanley Rous pero que obviamente no tuvo mayor inconveniente en sumarse al proyecto de Havelange en cuanto el inglés fue derrotado), el brasileño puso en marcha ambiciosos programas de desarrollo futbolístico en países del Tercer Mundo, negoció la ampliación de plazas en los Mundiales para mejorar la representación continental y abrió definitivamente las puertas de la FIFA a las televisiones y casas comerciales, cuyo dinero debía sufragar todas esas inversiones y reformas impulsadas por el nuevo presidente. Coca-Cola fue una de las primeras y más importantes marcas en subirse a la nueva ola y, gracias a su inversión, Havelange pudo poner en marcha otro de sus grandes proyectos: la creación de un torneo mundial de selecciones juveniles, un auténtico campeonato del mundo a imagen y semejanza del absoluto, con unas reglas claras de periodicidad y límites de edad y abierto a la participación de todos los países del globo.
El único precedente de enfrentamientos oficiales entre selecciones juveniles de varios continentes databa de comienzos de los años 50, cuando la FIFA se encargaba de la organización del torneo juvenil europeo y, para las ediciones de 1953 y 1954, había invitado a Argentina. Por eso aquellos campeonatos pasaron a la historia (el de 1954 con victoria española, por cierto) como Mundiales, sin serlo realmente de acuerdo con los estándares actuales. Pero, a partir de 1955, la UEFA asumió la organización del torneo europeo y éste se cerró a participantes foráneos. En aquel tiempo, los elevados costes de traslados y alojamientos y la escasa repercusión mediática y económica de esos campeonatos intercontinentales juveniles hacían inviable su celebración. Sin embargo, veinte años más tarde, el mundo era otro… y la FIFA también.

Once titular de España, extraído del Informe Técnico Oficial
del Campeonato Mundial juvenil de Túnez 1977



Perfil de los españoles convocados (Fuente: Marca)

jueves, 24 de abril de 2014

15 años de un Mundial: Cuando fuimos campeones (por Borja García)

El Mundial juvenil de Nigeria supuso el tercer gran éxito del fútbol español hasta la fecha. Tras la Eurocopa de 1964 y la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona, el triunfo de los chicos de Iñaki Sáez fue una de las pocas alegrías que nos dio la selección española por aquellos tiempos. Ahora que se cumplen quince años de aquella final en el Estadio Nacional de Lagos parece casi increíble la emoción con la que se vivió el título. Quizás para quienes compartimos aquel mes en África todo se viera desde dentro de otra manera. Es posible que tampoco fuese para tanto, no lo sé. Yo me llevé una alegría enorme. Por los jugadores e Iñaki Sáez, que se habían portado de cine, pero también por tantos sinsabores acumulados tras años de ver a España perder en los momentos importantes. Además, es muy especial poder dar una vuelta alrededor del estadio con el equipo celebrando el título. Aquel Mundial tuvo muchos momentos especiales, pero pocos como aquella alegría.

La selección, a su llegada a Madrid
(Marca.com)
Cuando fuimos campeones en Nigeria desde luego no hubo desfile en autobús descapotable por las calles de Madrid ni el portero suplente se dedicó a corear los nombres de los héroes, como tras la segunda gran victoria africana de nuestra selección. Muchas veces los pioneros no despiertan el interés o la curiosidad que sus discípulos simplemente por el hecho de serlo. En todo caso, merece la pena detenerse y recordar lo que fue aquel Mundial. Lo primero que hay que decir es que España no ganó por casualidad. Fue uno de los mejores equipos del torneo y se proclamó campeona con autoridad y justicia. ¿Qué hizo a aquel equipo tan especial? Para mí fue la fuerza del grupo. El dueño de este blog, que se ha atrevido a darme cobijo a pesar del claro riesgo de perder su bien ganada reputación, ha analizado la composición de la lista de Sáez. Con algunos cambios, aquel grupo llevaba ya varios años jugando junto. Y además tenía líderes tanto dentro como fuera del campo. El capitán, respetado por todos, era Pablo Orbáiz. El navarro no sólo anclaba el centro del equipo por delante de los centrales, sino que ayudaba a todos a mantener la cabeza fría. Recuerdo que hablé con él un año después del Mundial cuando sufrió una lesión grave en la rodilla. Me volvió a impresionar su madurez y su templanza.

Varela, durante el partido frente
a Honduras
También había futbolistas que aportaban chispa, claro. La velocidad de Varela sirvió para desatascar varios partidos y la clase de Barkero fue tan importante como los tantos de Pablo Couñago, el máximo goleador de la selección y del torneo. Aunque de Pablo me quedaré con su retranca gallega. Tenía bastante guasa el delantero. En la concentración las bromas estaban a la orden del día. No nombraremos ‘culpables’ aquí, pero pocos se libraron.

Al principio yo creo que pocos sabíamos qué esperar de aquel torneo, quizás influidos por las difíciles condiciones en que se desarrolló. Por ejemplo, la Federación redujo al mínimo la delegación española dados los problemas de infraestructura que el país planteaba. Pero la victoria ante Brasil en Calabar en el primer partido supuso una inyección de moral para todos. El doctor Guillén estaba exultante al volver al hotel. "¿Pero has visto qué partidazo, Borja?", me insistía.

El calor marcó el duelo ante Zambia
(Marca.com)
Pero la clave para mí estuvo en Kaduna. Porque las primeras semanas todo salió rodado. Demasiado fácil incluso. En la sede de Calabar, aunque sin lujos, no hubo grandes problemas más allá de las dificultades para comunicar con España. El hotel era cómodo, la comida decente y el estadio bien mantenido. Todo fue viento en popa en la primera fase. El equipo no tuvo casi obstáculos, más allá del fuerte calor del segundo partido jugado a las 4 de la tarde hora local en Calabar. Tras dos partidos nos trasladamos a Port Harcourt con un viaje en autobús a través de un paisaje de lo más pintoresco. Y allí en Port Harcourt, donde se jugó el último partido de laprimera fase y la eliminatoria de octavos de final, todo fueron atenciones para cualquiera que hablase castellano. El delegado de la FIFA era Borja Bilbao y el dueño del hotel había vivido en España. Nos trataron muy bien a todos y los jugadores se sintieron muy a gusto. Tras eliminar a Estados Unidos los dueños del hotel prepararon una fiesta y la celebración digamos que se alargó bastante…

Pero cuando todo iba sobre ruedas el grupo se encontró con los primeros problemas. La lesión de Álvaro Rubio en el partido contra Honduras fue un pequeño golpe moral, pero la llegada a Kaduna supuso un croché a la mandíbula del grupo. Creo que la ya conocida historia de los dos días en un hotel de Kaduna en el medio de la nada es mejor dejarla para otra ocasión, porque merece espacio por sí sola. El caso es que la expedición al completo, periodistas incluidos, pasó de la euforia a la dura realidad africana. Y hubo momentos en que muchos se plantearon si merecía la pena continuar. Por si fuera poco en cuartos de final esperaba Ghana, una de las grandes favoritas del mundial que jugaba casi como en casa y a la que, además, la FIFA había mandado a un hotel mucho mejor.

Once titular del choque frente a Ghana
Y fue allí cuando salió el gen ganador de aquel equipo. Todos tuvieron que contribuir en menor o mayor medida a levantar el ánimo de los jugadores. Una arenga de Sáez y Carlos Lorenzana acabó por convencerlos de que merecía la pena seguir luchando. El resto lo hicieron los jugadores en el campo. Ellos mismos se convencieron de que igual sí, quizás podrían hacer historia. Eliminaron a Ghana, en su terreno y después de tener la eliminatoria casi perdida en la tanda de penaltis.

Pablo celebra el 2-0 en la final
(Marca.com)
Son las cosas que tiene el fútbol, pero tras aquella parada de Casillas que nadie pudo ver por televisión el equipo nunca volvió a mirar atrás. Se vieron fuertes y creyeron que lo peor ya había pasado. Luego cayó Mali en la semifinal y, por fin, la cita con la gloria nos mandó a todos a Lagos, la capital económica del país. Allí, ya en el pequeño oasis de un complejo hotelero occidental la vida fue mucho más fácil. Por fin supimos lo que se decía en España de toda aquella convivencia común de casi un mes. Llegaron las llamadas de las radios, los políticos, las felicitaciones… Pero aún quedaba un paso, había que derrotar a Japón. No sé muy bien por qué, pero yo estaba convencido de que iban a ganar. Se lo dije a Iñaki Sáez, que sólo respondió con una sonrisa y un sorbo al café que estaba tomando. Quizás fuese la energía positiva que me transmitía aquel grupo, o simplemente las facilidades que por primera vez teníamos todos para trabajar, pero yo lo tenía claro. Y no me equivoqué mucho. Cinco minutos le duró Japón a una selección que venía lanzada desde Kaduna.

Luego han venido más victorias, pero aquella en Nigeria, cuando fuimos campeones en 1999 superando todo tipo de obstáculos seguirá siendo la más especial para mí. Como logro deportivo quizás palidezca ante lo conseguido en Sudáfrica, pero merece la pena recordar lo que aquellos chavales fueron capaces de hacer porque fue mucho más que un torneo de fútbol. 


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Borja García fue el enviado especial del diario AS a Nigeria 1999 

15 años de un Mundial: Mis recuerdos de Nigeria (por Borja García)

Yo en otra vida fui periodista. Hasta que me cansé de recibir órdenes incongruentes y de trabajar horas y horas por cuatro duros. Cuando era periodista un día andaba yo enfrascado frente al ordenador y cometí la temeridad de prestarme voluntario para viajar a cubrir el Mundial juvenil de Nigeria 1999. Aún no tengo muy claro por qué lo hice, la verdad. Una decisión que mis jefes acogieron con alivio, no por la calidad del periodista, seamos sinceros, sino porque ningún otro incauto se atrevió. La bronca que me propinó mi madre cuando se enteró del asunto fue de las que hacen época. ¡Cómo se me ocurría irme hasta Nigeria, insensato! Cosas de madres, que siempre se preocupan, ya se sabe. Aquel Mundial de Nigeria, del que ahora se cumplen quince años, supuso un reto personal y profesional, pero guardo de la experiencia un gran recuerdo.

Yo tuve suerte con mi trabajo porque me permitió viajar con cierta frecuencia, pero nunca fuera de Europa. El de Nigeria era para mí el primer gran reto como enviado especial porque nunca había informado de un gran torneo de naciones. Por si fuera poco, las condiciones no fueron las mejores. Disponer de una conexión a internet fue un lujo y poder hablar por teléfono o enviar un fax a Madrid se cobraba a precio de oro. Claro que peor lo pasó Felipe Sevillano, mi compañero fotógrafo, porque las fotos no se pueden dictar.

Estos días, leyendo noticias, blogs y tuits en internet me he parado a recordar lo que fueron aquellas cuatro semanas en Nigeria en las que vimos a una generación de futbolistas despertar. Un grupo que luego se convirtió el germen de los actuales bicampeones de Europa y campeones del mundo. E Iñaki Sáez sin dimitir… Lo curioso es que sólo soy capaz de recordar con claridad tres acciones del juego. El gol de Barkero en la final, el penalti parado por Iker Casillas a Ghana y un gol de Gabri en el primer partido ante Brasil. El resto de recuerdos son de las experiencias vividas fuera del campo. Porque aquel Mundial fue algo más que un torneo de fútbol. 

Para los nigerianos pretendía ser una prueba de que eran capaces de organizar un Mundial absoluto. No la pasaron, la verdad sea dicha, pero por buena voluntad y amabilidad no fue. Para quienes viajamos desde Europa el torneo se convirtió en una lección continua. A pesar de estar aislados en hoteles de semi-lujo elegidos por la FIFA a modo de jaula dorada, muchos intentamos salir todo lo posible para ver con nuestros propios ojos una realidad que sólo conocíamos a través de la televisión. Hubo momentos en que fue duro. Tan duro como educativo. Sobre todo cuando niños de siete u ocho años te rodean en el mercado y te piden que los lleves a tu país. Yo no supe qué hacer ni qué decir. 

Cuando cometí la temeridad de prestarme voluntario pensé que España, a pesar de su buen palmarés en categorías inferiores, no duraría mucho en el torneo. Es lo que tiene haber nacido en los 70. Pero lo que iban a ser un par de semanas, o eso le prometí a mi madre para que se tranquilizara, acabó siendo más de un mes en Nigeria con un grupo de futbolistas españoles y algún que otro periodista despistado como yo. Los jugadores, que despuntaron en el campo, se portaron de cine fuera de él. Iñaki Sáez y los demás responsables de la expedición de la RFEF nos adoptaron como si fuésemos uno más de ellos, lo que convirtió aquel viaje en algo aún más especial. Nunca estaré lo suficientemente agradecido a Iñaki Sáez, Raúl el fisioterapeuta del equipo (sí, el mismo que trató a Iniesta antes de la final de Johannesburgo) o al doctor Guillén por toda su amabilidad y su ayuda. No todos los días le dejan a uno viajar a todas partes en el autobús de la selección. Con ellos fuimos al primer partido contra Brasil. Y a aquel hotel inmundo de Kaduna. Y al Estadio Nacional de Lagos para jugar la final. ¡Y con ellos volvimos tras derrotar a Japón, con el trofeo en el asiento de al lado! 

Creo que ninguno nos dimos cuenta de lo que estaba pasando durante aquellas cuatro semanas de locura. Quizás sólo ahora, con el paso del tiempo, puede uno darse cuenta de lo que supuso aquel Mundial. El que empezó a construir la base de lo que vino una década más tarde. Y el que nos permitió a un grupo de afortunados vivir una de las experiencias más enriquecedoras de nuestra vida. Yo, desde luego, no me arrepiento ni lo más mínimo de aquel arrebato de locura que me dio cuando los jefes pidieron voluntarios para viajar a Nigeria.


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Borja García fue el enviado especial del diario AS a Nigeria 1999

martes, 8 de abril de 2014

15 años de un Mundial: La confección del equipo


Dani Aranzubia, Iker Casillas, Pablo Coira, David Bermudo, Francisco Javier Jusué, Carlos Marchena, Álvaro Rubio, Pablo Orbaiz, Gonzalo Colsa, Xavi Hernández, Fran Yeste, Fernando Varela, José Javier Barkero, Gabri García, Álex Lombardero, Rubén Suárez, Pablo Couñago y David Aganzo.

Pero también Gerard López, Mikel Aranburu (*), Juan Francisco Leo Bermejo, Mario Rosas, Gaspar Gálvez, Roberto Rodríguez Durán, Iker Urraka, David Asensio, Sergio Francisco Ramos (*), Dani Mallo, David Sousa, Pedro Vega, Fernando Soriano, Juantxo Elía, Jofre Mateu, Sergio Pelegrín, Miguel Ángel Núñez, Yago Yao Alonso-Fueyo, Koldo Leoz, Carlos Laza, Manu Sánchez, David Cuéllar, Antonio Hidalgo, Moisés Pereiro, Miguel García Tébar, Alejandro Castro "Jandro", Francisco José Cordero "Rubio", Helio Álvarez, Francisco Javier Aguilera y Samuel Baños. Porque en uno u otro momento todos ellos formaron parte de la selección española juvenil que inició el viaje a Nigeria allá por el mes de octubre de 1997, y alguno se quedó realmente cerca de poder terminarlo. En cierta forma, el éxito de los dieciocho elegidos finalmente por Iñaki Sáez es también el de los otros treinta.

En el artículo que publico este mes en "Cuadernos de Fútbol" se encuentran los detalles de la participación real de cada uno de ellos en el proceso de formación del equipo campeón del mundo sub'20 en Nigeria 1999. Un pequeño acto de justicia, al menos para mí, ahora que se cumplen quince años de aquel histórico campeonato.
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(*) Estos jugadores no llegaron a acudir a las concentraciones para las que fueron citados por el seleccionador, pero ¿por qué no incluirlos?.

domingo, 16 de marzo de 2014

15 años de un Mundial: El camino hacia Nigeria

Todo pudo haber acabado antes de empezar en al menos dos ocasiones, y eso debería servirnos para ser conscientes de que la línea que separa el éxito no ya del fracaso, sino del simple olvido, de todo aquello que no pasará a la historia sencillamente por no haber llegado a tener la ocasión de hacerlo, es más que fina y está caprichosamente trazada por el azar, o por los dioses, o por aquello en lo que cada uno crea. Porque también es casualidad, o cruel capricho divino, o vaya usted a saber qué, que precisamente quien evitó en esas dos ocasiones un ingrato adiós prematuro tuviera que decir prematuramente adiós a la cita que haría pasar a la posteridad a aquel grupo de chavales, quedando así su nombre completamente olvidado, como si nunca hubiera tenido nada que ver en esa histórica conquista.

Evidentemente hubo otros compañeros que también ayudaron a salvar aquellas delicadas situaciones (y a que todas las demás fueran por los cauces previstos) y que igualmente se quedaron sin su parte del botín, pero el caso de Gerard López Segú es especialmente doloroso: él rescató dos veces a España cuando todo estaba a punto de irse al traste y él era el llamado a liderar el equipo en el Campeonato del Mundo sub’20 de Nigeria 1999, hasta que un inoportuno encontronazo en Enschede, Países Bajos, apenas un día antes de viajar a Lagos le borró de la lista de embarque y de la gloria. Esa fractura de pómulo sufrida en un partido de la sub’21 debió de dolerle casi tanto como quedarse en tierra con la maleta hecha y las vacunas puestas, aunque tal vez lo más doloroso sea pensar que, de haber estado Gerard en Nigeria, todo hubiera sido distinto: quizás, quién sabe, con Gerard en el campo España no hubiese ganado aquel Mundial sub’20. O tal vez sí. Nunca lo sabremos.

Un Mundial que, por otro lado, tampoco tenía que haber sido en Nigeria, porque el Mundial de Nigeria debería haber sido en 1995, y entonces sí que nada sería lo mismo.