jueves, 24 de abril de 2014

15 años de un Mundial: Cuando fuimos campeones (por Borja García)

El Mundial juvenil de Nigeria supuso el tercer gran éxito del fútbol español hasta la fecha. Tras la Eurocopa de 1964 y la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona, el triunfo de los chicos de Iñaki Sáez fue una de las pocas alegrías que nos dio la selección española por aquellos tiempos. Ahora que se cumplen quince años de aquella final en el Estadio Nacional de Lagos parece casi increíble la emoción con la que se vivió el título. Quizás para quienes compartimos aquel mes en África todo se viera desde dentro de otra manera. Es posible que tampoco fuese para tanto, no lo sé. Yo me llevé una alegría enorme. Por los jugadores e Iñaki Sáez, que se habían portado de cine, pero también por tantos sinsabores acumulados tras años de ver a España perder en los momentos importantes. Además, es muy especial poder dar una vuelta alrededor del estadio con el equipo celebrando el título. Aquel Mundial tuvo muchos momentos especiales, pero pocos como aquella alegría.

La selección, a su llegada a Madrid
(Marca.com)
Cuando fuimos campeones en Nigeria desde luego no hubo desfile en autobús descapotable por las calles de Madrid ni el portero suplente se dedicó a corear los nombres de los héroes, como tras la segunda gran victoria africana de nuestra selección. Muchas veces los pioneros no despiertan el interés o la curiosidad que sus discípulos simplemente por el hecho de serlo. En todo caso, merece la pena detenerse y recordar lo que fue aquel Mundial. Lo primero que hay que decir es que España no ganó por casualidad. Fue uno de los mejores equipos del torneo y se proclamó campeona con autoridad y justicia. ¿Qué hizo a aquel equipo tan especial? Para mí fue la fuerza del grupo. El dueño de este blog, que se ha atrevido a darme cobijo a pesar del claro riesgo de perder su bien ganada reputación, ha analizado la composición de la lista de Sáez. Con algunos cambios, aquel grupo llevaba ya varios años jugando junto. Y además tenía líderes tanto dentro como fuera del campo. El capitán, respetado por todos, era Pablo Orbáiz. El navarro no sólo anclaba el centro del equipo por delante de los centrales, sino que ayudaba a todos a mantener la cabeza fría. Recuerdo que hablé con él un año después del Mundial cuando sufrió una lesión grave en la rodilla. Me volvió a impresionar su madurez y su templanza.

Varela, durante el partido frente
a Honduras
También había futbolistas que aportaban chispa, claro. La velocidad de Varela sirvió para desatascar varios partidos y la clase de Barkero fue tan importante como los tantos de Pablo Couñago, el máximo goleador de la selección y del torneo. Aunque de Pablo me quedaré con su retranca gallega. Tenía bastante guasa el delantero. En la concentración las bromas estaban a la orden del día. No nombraremos ‘culpables’ aquí, pero pocos se libraron.

Al principio yo creo que pocos sabíamos qué esperar de aquel torneo, quizás influidos por las difíciles condiciones en que se desarrolló. Por ejemplo, la Federación redujo al mínimo la delegación española dados los problemas de infraestructura que el país planteaba. Pero la victoria ante Brasil en Calabar en el primer partido supuso una inyección de moral para todos. El doctor Guillén estaba exultante al volver al hotel. "¿Pero has visto qué partidazo, Borja?", me insistía.

El calor marcó el duelo ante Zambia
(Marca.com)
Pero la clave para mí estuvo en Kaduna. Porque las primeras semanas todo salió rodado. Demasiado fácil incluso. En la sede de Calabar, aunque sin lujos, no hubo grandes problemas más allá de las dificultades para comunicar con España. El hotel era cómodo, la comida decente y el estadio bien mantenido. Todo fue viento en popa en la primera fase. El equipo no tuvo casi obstáculos, más allá del fuerte calor del segundo partido jugado a las 4 de la tarde hora local en Calabar. Tras dos partidos nos trasladamos a Port Harcourt con un viaje en autobús a través de un paisaje de lo más pintoresco. Y allí en Port Harcourt, donde se jugó el último partido de laprimera fase y la eliminatoria de octavos de final, todo fueron atenciones para cualquiera que hablase castellano. El delegado de la FIFA era Borja Bilbao y el dueño del hotel había vivido en España. Nos trataron muy bien a todos y los jugadores se sintieron muy a gusto. Tras eliminar a Estados Unidos los dueños del hotel prepararon una fiesta y la celebración digamos que se alargó bastante…

Pero cuando todo iba sobre ruedas el grupo se encontró con los primeros problemas. La lesión de Álvaro Rubio en el partido contra Honduras fue un pequeño golpe moral, pero la llegada a Kaduna supuso un croché a la mandíbula del grupo. Creo que la ya conocida historia de los dos días en un hotel de Kaduna en el medio de la nada es mejor dejarla para otra ocasión, porque merece espacio por sí sola. El caso es que la expedición al completo, periodistas incluidos, pasó de la euforia a la dura realidad africana. Y hubo momentos en que muchos se plantearon si merecía la pena continuar. Por si fuera poco en cuartos de final esperaba Ghana, una de las grandes favoritas del mundial que jugaba casi como en casa y a la que, además, la FIFA había mandado a un hotel mucho mejor.

Once titular del choque frente a Ghana
Y fue allí cuando salió el gen ganador de aquel equipo. Todos tuvieron que contribuir en menor o mayor medida a levantar el ánimo de los jugadores. Una arenga de Sáez y Carlos Lorenzana acabó por convencerlos de que merecía la pena seguir luchando. El resto lo hicieron los jugadores en el campo. Ellos mismos se convencieron de que igual sí, quizás podrían hacer historia. Eliminaron a Ghana, en su terreno y después de tener la eliminatoria casi perdida en la tanda de penaltis.

Pablo celebra el 2-0 en la final
(Marca.com)
Son las cosas que tiene el fútbol, pero tras aquella parada de Casillas que nadie pudo ver por televisión el equipo nunca volvió a mirar atrás. Se vieron fuertes y creyeron que lo peor ya había pasado. Luego cayó Mali en la semifinal y, por fin, la cita con la gloria nos mandó a todos a Lagos, la capital económica del país. Allí, ya en el pequeño oasis de un complejo hotelero occidental la vida fue mucho más fácil. Por fin supimos lo que se decía en España de toda aquella convivencia común de casi un mes. Llegaron las llamadas de las radios, los políticos, las felicitaciones… Pero aún quedaba un paso, había que derrotar a Japón. No sé muy bien por qué, pero yo estaba convencido de que iban a ganar. Se lo dije a Iñaki Sáez, que sólo respondió con una sonrisa y un sorbo al café que estaba tomando. Quizás fuese la energía positiva que me transmitía aquel grupo, o simplemente las facilidades que por primera vez teníamos todos para trabajar, pero yo lo tenía claro. Y no me equivoqué mucho. Cinco minutos le duró Japón a una selección que venía lanzada desde Kaduna.

Luego han venido más victorias, pero aquella en Nigeria, cuando fuimos campeones en 1999 superando todo tipo de obstáculos seguirá siendo la más especial para mí. Como logro deportivo quizás palidezca ante lo conseguido en Sudáfrica, pero merece la pena recordar lo que aquellos chavales fueron capaces de hacer porque fue mucho más que un torneo de fútbol. 


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Borja García fue el enviado especial del diario AS a Nigeria 1999 

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