jueves, 16 de diciembre de 2010

Crónicas de 2010: El plan B del Equipo A

Seguimos recogiendo los artículos publicados en el Flagrant's durante el Mundial de Sudáfrica. En esta ocasión, tras el fiasco ante Suiza y previendo una fácil victoria ante Honduras, me animé a explicar la íntima relación que existe entre Fernando Llorente y la selección de Chile. La idea era que el post se publicara después del España-Honduras, pero vio la luz justo antes y la mala actuación de Torres en dicho encuentro le dio una nueva perspectiva al escrito.

"Ahora que el abismo nos muestra la mejor de sus sonrisas. Ahora que nos está esperando ahí delante, disfrazado con una camiseta roja, ironías de la vida, aguardando paciente un segundo traspiés para enseñarnos todo el horror que esconde en su inescrutable oscuridad. Ahora es el momento. El gran Hannibal (Smith, no el cartaginés) tendría este plan rondando por su plateada cabeza. Porque contra Chile, seguro que sale bien. No sería la primera vez. Pero para que funcione, el llamado Plan B necesita al considerado Equipo A. Jugadores de toque y juego veloz, no simples centradores. Porque reducir a Fernando Llorente a ser un mero cabeceador, una boya a la que agarrarse cuando estamos a punto de ahogarnos, es despreciar demasiado las excelentes condiciones de este futbolista riojano que nació en Pamplona. Sería minimizar a un gigante con pies de plata, al que en su día sólo un duendecillo argentino de nombre Lionel fue capaz de arrebatarle la bota de oro.

Fue hace ahora cinco años, en el Mundial sub’20 de Holanda, seguramente el torneo reciente de mayor nivel futbolístico en estas categorías. Y yo no digo que el destino sea caprichoso, pero echar la vista atrás y ver que en el grupo de aquella España juvenil aparecían Honduras y Chile, pues como te obliga a pensarlo. Sobre Fernando, que no había formado parte del equipo que un año antes se había proclamado campeón de Europa sub’19, recaía la misión de hacer olvidar la ausencia de Soldado, concentrado en la tarea de devolver al filial madridista a Segunda División, y lo cierto es que no se echó en falta al ariete valenciano. Con una sutil vaselina ante Marruecos en la primera jornada, Llorente nos demostró que la altura no está reñida con la habilidad en los pies, algo que ya se había adivinado unos meses antes en sus primeros partidos con el primer equipo bilbaíno. Fernando no se limitaba a pegarse con los centrales y a esperar balones colgados, sino que también caía a banda para apoyar a sus compañeros, o se descolgaba hasta la medular para ser una pieza más del engranaje de toque rápido y desmarques que comandaban Cesc y Zapater. Pero la auténtica explosión de este león de frondosa cabellera dorada se produciría tres días después, ante Chile, en una agradable tarde de primavera en Doetinchem que acabó siendo un infierno para el cuadro sudamericano.

Chile venía de aplastar a Honduras por siete goles a cero, y parecía evidente que en este partido se ponía en juego no la clasificación para octavos, sino el liderato del grupo. Y la cosa no pudo empezar mejor. En el minuto ocho, tras un par de acercamientos peligrosos, Llorente apareció en el sitio en el que todos le esperaban, la frontal del área pequeña, para remachar de cabeza un medido centro de Gavilán. Un gol tan esperable de alguien de sus características físicas, tan de tanque, que seguramente ocultó a los más obtusos la precisa y preciosa maniobra que había conducido a ese resultado. Porque unos segundos antes Fernando había agarrado el balón en la zona de tres cuartos, se había revuelto con calidad para abrir el juego a la banda izquierda, se había desmarcado al primer palo arrastrando a su marcador y, sólo entonces, había corrido a ocupar su puesto en boca de gol. Chile no se impresionó y comenzó a apretar, pero se quedó con diez al borde del descanso y fue incapaz de capear la tormenta perfecta que se desató sobre el césped en la segunda parte. Cesc, Silva, Zapater, Juanfran y Gavilán la tocaban y Llorente las empujaba una y otra vez. Los goles iban cayendo como fruta madura ante un equipo que se deshacía como un azucarillo, pidiendo clemencia ante cada embestida del conjunto español, que no se detuvo hasta completar el siete. Tres tantos más llevaron la rúbrica del delantero del Athletic, y si realmente estuviéramos hablando de un simple tanque es muy probable que su cuenta particular no se hubiera quedado en cuatro.

Porque Llorente casi parecía avergonzado por su exhibición, tanto que quiso regalar varios goles a sus compañeros cuando sólo tenía que seguir empujándolas dentro para pasar definitivamente a la historia de los mundiales juveniles. Quizá esa falta de instinto asesino le haya pesado a lo largo de su corta carrera, tal vez eso hizo que Clemente y Mané se olvidaran de él cuando todos veíamos en el chaval a la versión mejorada de aquel Ismael Urzáiz al que estaba llamado a reemplazar. Desde luego su salto a la élite no ha sido tan meteórico como apuntaba tras aquella cita mundialista, pero seguro que para alguien que ha luchado tanto desde los diez años en busca de un sueño eso es algo anecdótico. A esa tierna edad fue captado por la red de ojeadores del Athletic, y durante el primer año Fernando, que vivía con su familia en la localidad riojana de Rincón de Soto, sólo acudía a Bilbao a jugar los partidos con sus compañeros. El paso a infantiles requería de una mayor implicación, y Jose Mari Amorrortu, director por entonces de Lezama, encontró en una familia amiga el hogar perfecto para que el chaval siguiese su evolución futbolística sin acusar demasiado el duro trago de tener que abandonar su casa a tan corta edad. Integrado en aquella familia de Las Arenas, acudiendo al mismo colegio que las hijas de Amorrortu para sentirse siempre cerca de alguien relacionado con el club, Fernando continuó su inmaculada progresión personal y deportiva hasta que cumplió la edad mínima para ingresar en la residencia de los jóvenes cachorros, en Derio. Allí vivió el dolor de la prematura muerte de su madre de acogida, y también uno de sus primeros sinsabores profesionales, cuando siendo juvenil de primer año rechazó una oferta de renovación insignificante para un jugador de su proyección y que el Athletic acabó por ejecutar de manera unilateral para evitar su marcha.

Afortunadamente las nubes se despejaron en forma de nueva directiva, y Llorente ascendió rápidamente al Bilbao Athletic. Comenzaba la temporada 2004-2005, y apenas unos meses después ya deslumbraba en sus primeras apariciones en la Catedral. Debutó en liga ante el Espanyol en enero, cuajando un gran partido, y firmó un hat-trick tres días después en Copa, ante el Lanzarote. Valverde quiso frenar la euforia con el chaval y lo mandó de vuelta al filial, pero entonces ya todos sabíamos que su sitio era otro. Acabó disputando 15 partidos en Primera y, tras su exhibición en Holanda, parecía que su hora había llegado. Sin embargo, durante dos años negros para el club muchos temimos que acabara convirtiéndose en otra eterna promesa, hasta que un experto en gestionar el talento de la juventud como es Joaquín Caparrós supo ver que Fernando sólo necesitaba sentirse importante para sacar todo lo que lleva dentro, que es mucho. Así llegó su eclosión definitiva y la primera llamada de la Selección absoluta, en noviembre de 2008. Algunos puede que sepáis cuál era el rival aquel día. Otros a lo mejor os lo estáis imaginando mientras una sonrisilla traviesa se dibuja en vuestros rostros. Sí, eso es. Chile. Hoy, con el abismo acechando a nuestra selección, aquel 7-0 de hace cinco años debería pesar en la decisión de Hannibal, digooo Del Bosque. Recuerda Vicente, plan B, equipo A. Porque no sé a vosotros, pero a mí me encanta que los planes salgan bien."

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