jueves, 23 de diciembre de 2010

Crónicas de 2010: La hora de Iker

Comentaba el otro día que menos mal que no me gano la vida como vidente; sin embargo, he de decir que después del partido de cuartos de final contra Paraguay me planteé seriamente montar una consulta adivinatoria. Porque en la previa no se me ocurrió otra cosa que insistir en el don de Iker Casillas para aparecer en los momentos decisivos, y no hará falta recordar lo que pasó aquella noche en el Ellis Park.

“No canta, no baila, pero por favor, no se la pierdan”. Es la crítica que un periódico (qué más da cuál), hacía del espectáculo que Lola Flores presentaba en los setenta en Nueva York (o tal vez Buenos Aires, ¡qué más da dónde!). Y algo así podríamos decir hoy de Iker Casillas. A sus veintinueve años recién cumplidos el guardameta mostoleño no bloca, no va bien por alto, pero vive Dios que este chico tiene algo. Porque puede que ya no sea el mejor portero del mundo (si alguna vez lo fue), que su estado de forma actual suscite opiniones encontradas y que hasta su vida privada dé para largas horas de debate, pero lo que está fuera de toda duda es que Iker Casillas tiene un don: el de aparecer siempre en los momentos decisivos. Como en aquella final de un Europeo sub’16 cuando con sólo 15 años atajó el penalti decisivo que nos dio el título. Como en esa apretada final de Champions League que decidió con 3 paradas antológicas después de entrar en frío a falta de 10 minutos. Como esa noche en Viena ante el ogro italiano que siempre convertía nuestros sueños en amargas pesadillas. O como todas esas veces que ha salvado a su equipo de un gol cantado. O, por supuesto, como aquella noche en Kaduna, Nigeria, cuando Iker hizo su verdadera presentación ante el mundo, aunque el mundo casi se lo perdiera por culpa de los elementos, pues una tormenta y las deficientes infraestructuras nigerianas interrumpieron la señal televisiva durante varias fases del partido. Hablamos otra vez del Mundial sub’20 de 1999, nuestro único Mundial hasta ahora, al que Iker llegaba a punto de cumplir los 18 y saltándose como de costumbre varios escalones. Aquella noche, en una decisión sorprendente, en el partido de cuartos de final ante Ghana, Iñaki Sáez le dio la alternativa al segundo portero de la selección. Luego se revelaría como poco menos que la acción de un visionario, pero cuando los dos equipos saltaron al césped debemos reconocer que aquel portero con más cara de niño aún que sus compañeros (y ya no digamos que sus contrincantes ghaneses), más bien bajito y en camiseta de manga corta no despertaba muchas confianzas entre los aficionados, pese a su buena actuación ante Honduras en la primera fase y al buen currículum que ya atesoraba el canterano del Real Madrid. Porque después de todo, Casillas era el guardameta suplente de aquella selección.


Es posible que muchos de quienes no seguisteis atentamente aquel campeonato creáis, porque lo hayáis escuchado o leído varias veces, aquello de que ganamos el Mundial con Iker y Aranzubia repartiéndose los partidos, como si Sáez no tuviera claro quién era mejor de los dos o como si esto fuera un torneo de alevines en el que todos deben jugar lo mismo. Y no es así, y habría que preguntarse por qué cierta prensa se empeña en perpetuar ese engaño, si es sólo descuido o hay algo más, y aquí podría empezar a hablar de mis temores acerca de que la inevitable decadencia de Casillas acabe siendo aún más polémica y dañina que la vivida durante el declive de Raúl, pero creo que hoy no toca. El caso es que no, que en Nigeria los roles estaban muy claros, que Aranzubia era el titular y Casillas el suplente. Por eso jugó ante Honduras en la última jornada de la fase de grupos, en un equipo repleto de “menos habituales”, cuando tras ganar a Brasil y empatar con Zambia ya estábamos clasificados y sólo nos jugábamos ser primeros de grupo contra una selección ya eliminada. Aranzubia, que había jugado los dos primeros partidos, volvería al once en los octavos de final y también jugaría las semifinales y la final, cuajando siempre buenas actuaciones, pero en cuartos de final Iñaki Sáez, como ha confesado alguna vez, simplemente buscó otra cosa.


Buscó lo que se suele buscar con cualquier cambio en cualquier otra posición, una manera de plantear el partido que permita tener más opciones de victoria, la presencia de un jugador distinto que pueda desequilibrar el duelo. Ante Ghana, una selección superior en el plano físico y, hasta ese día, clara favorita al título, el técnico español creyó que nuestra defensa podría verse superada con más facilidad de la habitual, y en lugar de reforzar esa línea apostó por no variar su exitoso esquema y dar entrada a un cancerbero de más reflejos y mayor habilidad en el mano a mano. Seguramente también pesó en la decisión la exhibición que Iker había dado dos años antes ante el mismo rival en las semifinales del Mundial sub’17 de Egipto, y que (pese a la derrota) en buena medida le valió para llevarse el premio al mejor portero del torneo. Puede ser, tal vez, aunque no lo creo, que el cambio también tuviera algo que ver con el amago de motín que varios jugadores, cuyos nombres nunca salieron a la luz, protagonizaron el día antes del partido al ver las desastrosas condiciones del hotel en el que debían alojarse (camas pequeñas y para compartir, suciedad, insectos varios y algún que otro tiroteo demasiado cercano, entre otras incomodidades), y que se resolvió gracias a las dotes de liderazgo del capitán Orbaiz y al convencimiento general de que si superaban aquello el Mundial no se escaparía. Fuera por lo que fuera, el cambio no pudo salir mejor. Iker, el benjamín del equipo, resolvió bien el mucho trabajo que tuvo aquella noche y sólo encajó un gol de rebote, en el descuento, cuando ya nos veíamos en semifinales. En la prórroga volvió a tener un par de intervenciones salvadoras, y finalmente acabó parando el penalti decisivo que nos dio el pase a la penúltima ronda. Ese día seguramente creció un par de centímetros. No tardaríamos en descubrir que había nacido un gigante.


Y es que no hay mucho más que decir que no se sepa de uno de los jugadores más reconocidos del panorama mundial. Su debut en Primera División se produjo en la temporada 1999-2000, aprovechando la lesión de Bodo Illgner y las malas actuaciones del argentino Albano Bizzarri, y desde ese momento sólo César Sánchez fue capaz de apartarle de la portería del Real Madrid durante unos meses, hasta que su aparición estelar en la final de la Champions League de la temporada 2001-2002 (saltando al campo por la lesión del extremeño) despejó todas las dudas que pudiera haber entonces en la mente de Vicente Del Bosque. Las lágrimas que derramó en Hampden Park pasaron a la historia del madridismo junto al voleón de Zidane, y fueron la prueba de que Iker se había hecho definitivamente mayor. Durante un par de temporadas, el Madrid de los Zidanes y Pavones fue en realidad el de Casillas y Ronaldo, pues eran las letales actuaciones de ambos en cada área las que permitían al equipo aferrarse a unas competiciones que al final solían escaparse por la inconsistencia del resto de líneas. Su carrera ha sido meteórica y ha estado marcada, además de por sus extraordinarias condiciones, por la fortuna de los elegidos: siempre ha estado en el momento preciso en el lugar adecuado. A los 16 años saltó a la primera plana cuando el club lo arrastró literalmente del instituto al aeropuerto para que acudiera como suplente a un partido de Champions en Noruega por las lesiones de Illgner y Contreras y la no inscripción en el torneo continental del titular del Castilla; en 1999 debutó en liga por las circunstancias ya comentadas, enlazando el triunfo en la Copa de Europa con el debut en la absoluta y su presencia como tercer portero en la Eurocopa de 2000; y en 2002, después de su inesperada y exitosa actuación en la final de Glasgow, se encontró con la titularidad de la selección en el Mundial de Corea por el extraño accidente sufrido por Santiago Cañizares en la habitación del hotel de concentración. Y desde luego Casillas nunca ha desaprovechado esas oportunidades que le ha presentado el destino.

Su imagen es la de un chico humilde y sencillo, sincero en sus declaraciones, con cara de niño bueno y educado, comprometido con los más necesitados, guapo sin presumir. El yerno perfecto, el capitán ideal para un equipo con el que comparte muchos de esos rasgos. La prensa le mima y él se deja querer (y a esta frase podéis darle todos los sentidos que queráis), y quizá un poco por todo ello a todos nos cuesta criticarle abiertamente. Porque últimamente ese ángel que lo acompañó durante años parece haberle abandonado, porque empezamos a sospechar que no ha evolucionado lo suficiente desde que irrumpió en la élite hace ya diez temporadas, porque se le ve nervioso, demasiado tenso, con ese miedo a fallar que es el principal desencadenante de los errores en los porteros, pero en el fondo todos confiamos en que en el momento cumbre acabará sacando todo su genio para comerse el mundo, como hacía la Faraona.


Claro que su propia historia nos demuestra que, a veces, el suplente puede ser la mejor opción, incluso en la portería. El otro día Paraguay ensayó los balones colgados en ataque. Qué bien se vive cuando uno no es quien debe tomar las decisiones."

2 comentarios:

  1. Fijate ke soy del atleti a muerte y antimadridista pero Casillas me cae muy bien, casi mejor ke su novia y ya es decir, gran articulo, enhorabuena

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  2. Hola Micky, cuánto tiempo. Gracias por pasarte otra vez por aquí, y felices fiestas!

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