El Mundial juvenil de Nigeria supuso el
tercer gran éxito del fútbol español hasta la fecha. Tras la Eurocopa de 1964 y
la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona, el triunfo de los
chicos de Iñaki Sáez fue una de las pocas alegrías que nos dio la selección
española por aquellos tiempos. Ahora que se cumplen quince años de aquella
final en el Estadio Nacional de Lagos parece casi increíble la emoción con la
que se vivió el título. Quizás para quienes compartimos aquel mes en África
todo se viera desde dentro de otra manera. Es posible que tampoco fuese para
tanto, no lo sé. Yo me llevé una alegría enorme. Por los jugadores e Iñaki Sáez, que se habían portado de cine, pero también por tantos sinsabores acumulados
tras años de ver a España perder en los momentos importantes. Además, es muy
especial poder dar una vuelta alrededor del estadio con el equipo celebrando el
título. Aquel Mundial tuvo muchos momentos especiales, pero pocos como aquella
alegría.
La selección, a su llegada a Madrid (Marca.com) |
Cuando fuimos campeones en Nigeria desde
luego no hubo desfile en autobús descapotable por las calles de Madrid ni el
portero suplente se dedicó a corear los nombres de los héroes, como tras la
segunda gran victoria africana de nuestra selección. Muchas veces los pioneros
no despiertan el interés o la curiosidad que sus discípulos simplemente por el
hecho de serlo. En todo caso, merece la pena detenerse y
recordar lo que fue aquel Mundial. Lo primero que hay que decir es que España
no ganó por casualidad. Fue uno de los mejores equipos del torneo y se proclamó
campeona con autoridad y justicia. ¿Qué hizo a aquel equipo tan especial? Para
mí fue la fuerza del grupo. El dueño de este blog, que se ha atrevido a darme
cobijo a pesar del claro riesgo de perder su bien ganada reputación, ha analizado la composición de la lista de Sáez. Con algunos cambios, aquel grupo
llevaba ya varios años jugando junto. Y además tenía líderes tanto dentro como
fuera del campo. El capitán, respetado por todos, era Pablo Orbáiz. El navarro
no sólo anclaba el centro del equipo por delante de los centrales, sino que
ayudaba a todos a mantener la cabeza fría. Recuerdo que hablé con él un año
después del Mundial cuando sufrió una lesión grave en la rodilla. Me volvió a
impresionar su madurez y su templanza.
Varela, durante el partido frente a Honduras |
También había futbolistas que aportaban
chispa, claro. La velocidad de Varela sirvió para desatascar varios partidos y
la clase de Barkero fue tan importante como los tantos de Pablo Couñago, el
máximo goleador de la selección y del torneo. Aunque de Pablo me quedaré con su
retranca gallega. Tenía bastante guasa el delantero. En la concentración las
bromas estaban a la orden del día. No nombraremos ‘culpables’ aquí, pero pocos
se libraron.
Al principio yo creo que pocos sabíamos
qué esperar de aquel torneo, quizás influidos por las difíciles condiciones en
que se desarrolló. Por ejemplo, la Federación redujo al mínimo la delegación
española dados los problemas de infraestructura que el país planteaba. Pero la victoria ante Brasil en Calabar en el primer partido supuso una inyección de
moral para todos. El doctor Guillén estaba exultante al volver al hotel. "¿Pero
has visto qué partidazo, Borja?", me insistía.
El calor marcó el duelo ante Zambia (Marca.com) |
Pero la clave para mí estuvo en Kaduna. Porque
las primeras semanas todo salió rodado. Demasiado fácil incluso. En la sede de
Calabar, aunque sin lujos, no hubo grandes problemas más allá de las
dificultades para comunicar con España. El hotel era cómodo, la comida decente
y el estadio bien mantenido. Todo fue viento en popa en la primera fase. El equipo
no tuvo casi obstáculos, más allá del fuerte calor del segundo partido jugado a
las 4 de la tarde hora local en Calabar. Tras dos partidos nos trasladamos a
Port Harcourt con un viaje en autobús a través de un paisaje de lo más
pintoresco. Y allí en Port Harcourt, donde se jugó el último partido de laprimera fase y la eliminatoria de octavos de final, todo fueron atenciones para
cualquiera que hablase castellano. El delegado de la FIFA era Borja Bilbao y el
dueño del hotel había vivido en España. Nos trataron muy bien a todos y los
jugadores se sintieron muy a gusto. Tras eliminar a Estados Unidos los dueños
del hotel prepararon una fiesta y la celebración digamos que se alargó
bastante…
Pero cuando todo iba sobre ruedas el
grupo se encontró con los primeros problemas. La lesión de Álvaro Rubio en el
partido contra Honduras fue un pequeño golpe moral, pero la llegada a Kaduna
supuso un croché a la mandíbula del grupo. Creo que la ya conocida historia de
los dos días en un hotel de Kaduna en el medio de la nada es mejor dejarla para
otra ocasión, porque merece espacio por sí sola. El caso es que la expedición
al completo, periodistas incluidos, pasó de la euforia a la dura realidad
africana. Y hubo momentos en que muchos se plantearon si merecía la pena
continuar. Por si fuera poco en cuartos de final esperaba Ghana, una de las
grandes favoritas del mundial que jugaba casi como en casa y a la que, además, la
FIFA había mandado a un hotel mucho mejor.
Once titular del choque frente a Ghana |
Y fue allí cuando salió el gen ganador de
aquel equipo. Todos tuvieron que contribuir en menor o mayor medida a levantar
el ánimo de los jugadores. Una arenga de Sáez y Carlos Lorenzana acabó por
convencerlos de que merecía la pena seguir luchando. El resto lo hicieron los
jugadores en el campo. Ellos mismos se convencieron de que igual sí, quizás
podrían hacer historia. Eliminaron a Ghana, en su terreno y después de tener la
eliminatoria casi perdida en la tanda de penaltis.
Pablo celebra el 2-0 en la final (Marca.com) |
Son las cosas que tiene el fútbol, pero
tras aquella parada de Casillas que nadie pudo ver por televisión el equipo
nunca volvió a mirar atrás. Se vieron fuertes y creyeron que lo peor ya había
pasado. Luego cayó Mali en la semifinal y, por fin, la cita con la gloria nos
mandó a todos a Lagos, la capital económica del país. Allí, ya en el pequeño
oasis de un complejo hotelero occidental la vida fue mucho más fácil. Por fin
supimos lo que se decía en España de toda aquella convivencia común de casi un
mes. Llegaron las llamadas de las radios, los políticos, las felicitaciones…
Pero aún quedaba un paso, había que derrotar a Japón. No sé muy bien por qué,
pero yo estaba convencido de que iban a ganar. Se lo dije a Iñaki Sáez, que
sólo respondió con una sonrisa y un sorbo al café que estaba tomando. Quizás
fuese la energía positiva que me transmitía aquel grupo, o simplemente las
facilidades que por primera vez teníamos todos para trabajar, pero yo lo tenía
claro. Y no me equivoqué mucho. Cinco minutos le duró Japón a una selección que
venía lanzada desde Kaduna.
Luego
han venido más victorias, pero aquella en Nigeria, cuando fuimos campeones en
1999 superando todo tipo de obstáculos seguirá siendo la más especial para mí.
Como logro deportivo quizás palidezca ante lo conseguido en Sudáfrica, pero
merece la pena recordar lo que aquellos chavales fueron capaces de hacer porque
fue mucho más que un torneo de fútbol.
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Borja García fue el enviado especial del diario AS a Nigeria 1999