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lunes, 13 de diciembre de 2010

Crónicas de 2010: Iniesta y Torres, la pareja intermitente

Aquí estoy otra vez, de paso, como el hijo que se decidió a emprender su propio camino y que ya sólo vuelve al hogar familiar de visita. Con prisas, pero encantado, porque sabe que, por mucho que pasen los años y por muchas vueltas que dé la vida, esa siempre será su casa. Así me siento ahora que vuelvo a iniciar una nueva entrada en este blog, porque además de volver a casa, me toca hacer alguna chapucilla que estaba aguardando a mi regreso y saco tiempo para contar cómo me va por esos mundos de dios. Es este 2010 que se acaba un año especial en muchos sentidos, pero sobre todo en lo futbolístico, que es lo que nos ocupa, y me apetece hacer algo que, visto con el tiempo, quizás debí hacer en su día. Como comenté en la última entrada, durante el Mundial de Sudáfrica escribí una serie de artículos para otro blog, el Flagrant's, que últimamente se lleva casi todas mis historias no por nada, sino porque aquí simplemente no encajarían. Pero pasados ya casi seis meses, creo que esos primeros artículos deben ser recopilados aquí, pues en cierta manera también fue de aquí de donde salieron. Así que en los próximos días publicaré esas entradas, historias pensadas a modo de previa de los partidos de España, para homenajear a este mágico 2010 que nos catapultó a la cima del mundo. La primera, publicada el 12 de junio (días antes del amargo debut contra Suiza), hablaba sobre lo poco que han coincidido dos chavales de la misma generación, Andrés Iniesta y Fernando Torres. En el Mundial tampoco brillaron mucho juntos, pero fueron a aparecer en la jugada más importante del campeonato. Y con eso nos sobra, ¿verdad?

"Este pasado martes, Andrés Iniesta se retiraba con molestias en la Nueva Condomina tras media hora sencillamente magistral. Unos minutos después, Fernando Torres reaparecía con gol después de una complicada lesión. No sé por qué, pero mi mente volvió al mes de octubre de 2008, a una lluviosa noche en Bruselas, cuando el ariete se rompió al cuarto de hora del duelo ante Bélgica y, sólo unos minutos después, Iniesta se vistió de genio para empatar un complicado partido con un gol antológico. Tal vez se trate de uno de esos círculos flagrantianos, pensé, que esta vez encierra a dos de los mayores talentos actuales de nuestro fútbol. Pero hice un poco más de memoria y me encontré no con un círculo, sino con toda una historia que creo que merece ser contada, y que arranca un 22 de abril de 2001 en Durham, Inglaterra, capital del condado homónimo, una pequeña ciudad de unos cuarenta mil habitantes situada a apenas treinta kilómetros al sur de Newcastle. Podría haber empezado antes, sí, pero entonces tal vez no sería la misma historia. Porque esta es una historia de encuentros y desencuentros entre dos chavales de la misma quinta cuyas carreras van paralelas y directas al estrellato, pero que, por esos caprichos del destino, con una camiseta roja de por medio no han coincidido tanto como ahora nos podría parecer.

Estábamos en Durham, decía. La ciudad es una de las sedes del decimonoveno Campeonato de Europa de Selecciones en categoría sub’16, y en el humilde New Ferens Park los pocos curiosos que se han acercado a ver el debut de España contra Rumanía enseguida son conscientes de que están presenciando la eclosión de dos genios. Uno es un pequeño centrocampista de aspecto enfermizo al que nadie parece ser capaz de arrebatarle el balón; el otro, un espigado y pecoso delantero capaz de realizar maniobras inverosímiles reservadas sólo a los verdaderos elegidos. Hablamos, por supuesto, de Andrés Iniesta y Fernando Torres. Ambos han nacido en 1984, ambos han destacado desde categoría alevín y ambos son estandartes de las canteras de dos grandes clubes del fútbol español. Y, sin embargo, es la primera vez que coinciden en un partido oficial en el mismo bando. El año anterior, y por culpa de una grave lesión de rodilla, Fernando Torres se había perdido la fase clasificatoria de este campeonato, en la que Iniesta destacó por encima de sus compañeros. Un par de meses antes de la cita inglesa, fue el manchego quien se perdió el exitoso debut internacional del atlético en el prestigioso Torneo del Algarve. Ahora por fin disfrutan juntos de su amigo común, el balón, pero no será por mucho tiempo.

Dos goleadas ante Rumanía y Bélgica dejan el pase a cuartos casi sentenciado. De los ocho goles marcados en esos dos partidos, Torres firma tres, mientras Iniesta se dedica a repartir asistencias y a dejar destellos de su innata clase. Ante Alemania está en juego el primer puesto del grupo, y los teutones saben perfectamente a quién deben parar. Andrés es cosido a faltas y acaba retirándose en la segunda parte, lesionado. No volverá a jugar en el torneo. Sus compañeros se conjuran para dedicarle el triunfo, no en ese partido, que se acaban llevando los germanos por 2-0, sino en el campeonato, y Torres se encargará de ello. En cuartos de final, en su primer partido en un estadio Premier, el Stadium of Light de Sunderland, marca el gol hispano ante Italia, a la que se derrota por penaltis (sí, como esa vez). Siguiente parada, Middlesbrough, y doblete del de Fuenlabrada para superar a Croacia. Fernando le va cogiendo el gusto a la hierba británica, un pasto que con los años convertirá en su coto privado de caza. De vuelta a Sunderland, Francia es el último obstáculo antes del título, y a cuatro minutos para el final Torres provoca y transforma un penalti que celebra con una camiseta de apoyo al compañero caído. Va por ti, Andrés. Misión cumplida.

Pocas semanas después, el mejor jugador de aquel campeonato hace su debut con la primera plantilla rojiblanca. Con el equipo purgando sus penas en el infierno de la Segunda División, la aparición de ese crío imberbe supone un hálito de esperanza para una afición que anda necesitada de símbolos a los que agarrarse. Y el Niño responde desde el primer día, marcando su primer gol en Albacete, la tierra de su amigo blaugrana. Vuelven a verse en septiembre, en el Mundial sub’17, pero Trinidad y Tobago no está en su álbum de mejores recuerdos. España cae en primera fase tras una sonrojante derrota contra Burkina Faso, y ni uno ni otro alcanzan el nivel esperado. Comienza una nueva temporada y, mientras Fernando se curte en la dura Segunda, Andrés progresa en juveniles sin prisa pero sin pausa. Un año después del campeonato en el que les vimos juntos por primera vez, estos aprendices de estrella vuelven a coincidir en el combinado nacional. En la vieja Condomina de Murcia (toma círculo), España golea a Macedonia por cuatro a cero con doblete del atacante colchonero, que debutaba en la selección juvenil, y se clasifica para el Europeo sub’19, a celebrar en julio en tierras noruegas. Allí, con la colaboración de Reyes, otro genio que perdió la magia y ahora parece querer revivir tiempos mejores, demostrarán que su sociedad es infalible.

Iniesta golpea el primer día, ante la República Checa. Después es Torres el que se estrena ante Noruega, cogiendo una carrerilla que no parará hasta la final. Sus dos tantos a Eslovaquia en el último partido de la primera fase nos dan el acceso al partido por el título. Allí espera un enemigo con el que, pese a la juventud de nuestros protagonistas, ya existen cuentas pendientes: Alemania. La Alemania que les derrotó el año pasado, la Alemania que cazó a Iniesta. Está claro quiénes van a ser los encargados de ejecutar la venganza. Diez minutos de la segunda parte, cero a cero en el marcador, y surge el chispazo. Típico pase al hueco de Andrés y típico gol de Fernando, con algo de suspense, muy suyo. Torres continua así con su bendita costumbre de marcar el gol decisivo en todas las finales europeas e inicia otra aún más interesante todavía: la de marcar el gol decisivo en todas las finales europeas contra Alemania.

Se despiden con una nueva cita marcada en el calendario. “Nos vemos en marzo de 2003, en Emiratos Árabes; el Mundial sub’20 nos espera”. No lo saben, pero desde ese momento sus carreras se separan. Porque como en las grandes historias de amor (y esta, en cierta manera, también lo es), la guerra se interpone en su camino. La invasión de Irak pospone la cita mundialista hasta el mes de noviembre, y para entonces la nave de Torres ya vuela en otra órbita, la de la selección absoluta. Solo en el Golfo Pérsico, Iniesta decide que la hora de su despegue ha llegado, y se aprovecha del que probablemente haya sido el equipo juvenil más rocoso de nuestra historia reciente para brillar con luz propia. Su faro nos guía hasta una agónica final que perdemos contra Brasil por la mínima, con un gol de córner casi en el último minuto, después de aguantar con diez jugadores desde la segunda jugada del encuentro. Tal vez si Fernando hubiera estado allí…

Pero Torres, todavía un niño entre hombres, está empezando a conocer la dureza del mundo de los mayores. Patadas, críticas y abucheos rodean estos años de su vida, forjando su carácter. Mientras tanto, en Barcelona, Iniesta va quemando etapas de una manera más acorde a la evolución lógica de un futbolista, a pesar de que él no es uno más. Filial, primer equipo, selección sub’21, siempre con humildad, siempre destacando. El verano de 2004 se suma a la larga lista de fracasos de la selección absoluta, de la que Fernando pasa a ser pieza clave tras el fiasco de Portugal. Su socio no llegará a ella hasta el Mundial de 2006, aunque su presencia es testimonial y sólo disputa el último partido de la fase de grupos ante Arabia. Pero ya nadie le moverá de ahí, y los círculos comienzan a cerrarse. Suyo es el gol que marca el punto de inflexión de la Roja de Luis, aquella volea espectacular que silencia el Teatro de los Sueños que es Old Trafford, en Manchester, Inglaterra, el país que les vio nacer como pareja y al que Torres se trasladará unos meses después para dar el salto que su carrera necesitaba.

Y llega la Eurocopa, y aquí no me extenderé, porque sólo hay que decir que, aunque ninguno de ellos había brillado excesivamente durante el torneo, bastó con ver a Alemania en la final para saber que aparecerían. Otro solitario gol de Torres, como en 2001, como en 2002, y otro torneo continental que caía en el saco, como en 2001, como en 2002. Después vino lo de Bélgica, más tarde la lesión de Iniesta que le privó de acudir a la Copa Confederaciones (tal vez si Andrés hubiera estado allí…), y hace tres días lo de Murcia. El Mundial está aquí y puede que tardemos un par de partidos en verlos juntos sobre el campo, pero, cuando lo hagamos, podremos estar seguros de una cosa: tocará disfrutar. No saben hacer otra cosa."

miércoles, 3 de junio de 2009

2002, Europeo sub'19: Retorna la ilusión

España no atravesaba por su mejor momento en la recién estrenada categoría sub'19. Los nuestros no levantaban el título europeo desde 1995, con una generación en la que destacaban jugadores como Carlitos o Guti, y no se llegaba a una final desde el año 1996. Sí, estaba el tremendo éxito del Mundial sub'20 de Nigeria, pero había llegado precedido de una discreta actuación en el Europeo (sexta posición), y luego se había fallado en la clasificación para el torneo continental de 2000 que daba los billetes para el Mundial de Argentina 2001, lo que nos impidió luchar por revalidar el título. En el último Europeo sub'18, en julio de 2001, se había logrado la tercera posición pero salvo en el último partido en el que se apabulló a Yugoslavia por 6-2 el juego no había sido ni de lejos el que se debía esperar de una selección española. Así que con la introducción de la nueva categoría esperábamos también que se pasara página y que nuestros chavales pudieran demostrar también en juveniles las buenas maneras que casi siempre apuntaban en cadetes.

El momento era el propicio, puesto que suponía la despedida de Iñaki Sáez a las categorías inferiores antes de hacerse cargo de la Selección absoluta, y llegaba cuando todavía teníamos fresco en la memoria el recuerdo de la barrabasada que nos despidió del Mundial 2002 antes de tiempo, por lo que era la primera ocasión que teníamos para reconciliarnos con el fútbol. Además, el Europeo de Noruega 2002 era clasificatorio para el Mundial sub'20 de Emiratos Árabes 2003, un objetivo marcado en rojo por los nuestros para borrar con una buena actuación el mal sabor de boca dejado por la ausencia en Argentina. La generación de 1983, encabezada por Jose Antonio Reyes y Daniel Jarque, se vio reforzada por algunos de los Campeones de Europa sub'16 de 2001, como Miguel Ángel Moyá y sobre todo Andrés Iniesta y Fernando Torres, llamados a marcar diferencias ya desde su primera aparición como juveniles. España compartía grupo con la República Checa, Eslovaquia y la anfitriona Noruega en un torneo corto cuyo formato (vigente desde 1993) no permitía el más mínimo tropiezo para quien quisiera alzarse con el triunfo: sin semifinales, el primero pasaría directamente a la final, y el segundo disputaría el tercer y cuarto puesto. El tercero de grupo al menos conseguiría el pasaje para Emiratos Árabes.

Así que era todo o nada desde el primer partido, y ante los checos España salió dispuesta a no dejarse sorprender. Sáez dispuso el 4-2-3-1 con el que tenía pensado actuar en la absoluta y le dio la batuta a Iniesta, flanqueado por varios hombres de mucha calidad: Carmelo, Sergio García, Reyes y Fernando Torres eran los encargados de desarrollar el juego ofensivo diseñado por el albaceteño. Tras un brillante comienzo, Reyes tuvo que ser sustituido al cuarto de hora por Jorge Pina tras sentir unas molestias pero el juego no se resintió demasiado. Sólo había un equipo sobre el campo, el español, y suyas fueron todas las ocasiones, incluyendo sendos cabezazos al larguero de Jarque, pero el dominio no se trasladaba al marcador. Hubo que esperar a que pasado el minuto 60 Iniesta tirara de picardía para transformar una falta mientras el portero checo colocaba una barrera que nadie había solicitado. Tras el gol España siguió mandando y Pina estrelló un nuevo balón en el travesaño, pero el ritmo decayó ligeramente propiciado quizá por las fechas en las que se disputaba el Campeonato (finales de julio), que pillaban a los nuestros en plena pretemporada. Y así, en un despiste defensivo llegó el empate de Sverkos a falta de 10 minutos, gol que fue imposible de levantar. El segundo partido, ante Noruega, fue más tranquilo. Reyes mostró que se encontraba totalmente recuperado y suyas fueron las mejores acciones de un cómodo partido que sirvió para probar a jugadores como Asier Riesgo. A los 24 minutos, Torres regaló el primer gol al sevillano y tras el descanso fue el atlético el que culminó un gran pase de Iniesta. Reyes se encargaría de cerrar la goleada con el tercero a falta de 20 minutos. Con esta victoria se cumplía el primer objetivo, la clasificación para el Mundial sub'20, pero para poder luchar por el título habría que vencer a la sorprendente Eslovaquia, que había vapuleado a Noruega (1-5) y a sus "hermanos" checos (5-2).

Y los nuestros no fallaron, dando una lección de madurez en un complicado encuentro en el que se vieron por detrás en el marcador desde casi el comienzo del mismo, porque a los seis minutos el eslovaco Marek Cech transformaba un libre directo para poner en ventaja a los suyos. Afortunadamente Eslovaquia, que había cortocircuitado a España en un brillante arranque de partido, también se encargó de devolvernos la vida y a los 15 minutos Sergio García aprovechó un mal despeje de un defensa para empatar el partido. Con el gol regresó el aplomo español que parecía haberse quedado olvidado en la caseta, y el resto de la primera parte pasó sin más sobresaltos. Tras el descanso Eslovaquia volvió a plantarse bien sobre el terreno de juego, con la confianza de quien se ve clasificado, pero no podía evitar las cada vez más peligrosas llegadas españolas. Y finalmente el gol acabó llegando: el canario Carmelo, que había sustituido a Reyes, otra vez con molestias físicas, puso un balón medido en la cabeza de Fernando Torres, que batió al meta eslovaco y llevó el júbilo al banquillo español. Con casi media hora por delante Eslovaquia estiró líneas en busca del tanto del empate que les colocaría en la final, pero un inspirado Moyá frustró todas sus oportunidades. Y cuando el partido agonizaba, Fernando Torres se encargó de enterrar las esperanzas eslovacas al culminar magistralmente una contra llevada por Jonan García. Era su tercer gol del campeonato y el jugador del Atlético de Madrid se colocaba ya como máximo artillero del torneo. El rival en la final se conoció al día siguiente y fue la Alemania de Uli Stielike, que lideró su grupo por delante de Irlanda, Inglaterra (que contaba con Jenas, Pennant y Carlton Cole) y Bélgica.

El del 28 de julio fue un partido duro, lo que se espera de una final. Alemania contaba con hombres de mucha fuerza, como el lateral Moritz Volz o el pivote Piotr Trochowski, y Stielike quizá pecó de conservadurismo al apostar por ese juego más físico en detrimento de hombres como Phillip Lahm o David Odonkor que habían brillado en anteriores encuentros. El caso es que en un primer momento el planteamiento alemán pareció triunfar, pero poco a poco España empezó a tocar al ritmo que marcaba Iniesta, al que esta vez no intentaron cazar tan indiscriminadamente como un año antes en Inglaterra. Reyes cobró mayor protegonismo, monopolizando casi todas las acciones de ataque españolas, y sólo la buena actuación del portero Haas ante las ocasiones del propio Reyes, Iniesta y Sergio García evitó que al descanso se llegara con ventaja para los nuestros. Pero faltaba la aparición de Fernando Torres, y el rojiblanco no faltó a su cita. A los diez minutos de la reanudación, un gran pase de Iniesta le dejó en una situación inmejorable: disparado en velocidad contra la portería rival. Entrando en el área, Torres intentó un recorte ante la proximidad de su defensor pero tropezó en el intento y el balón pareció franco para Haas. Entonces, en el último instante, cuando casi nos lamentábamos de la oportunidad perdida, Fernando metió la puntera ante la pasividad del defensa y el esférico salió de aquel barullo de cuerpos directo a la portería (ver gol). De esa manera Torres continuaba con su bendita tradición de marcar el gol decisivo en las finales europeas e iniciaba otra aún más interesante si cabe: marcar el gol decisivo en las finales europeas contra Alemania. Stielike metió enseguida a sus flechas Lahm y Odonkor, pero aunque faltaba un mundo por delante apenas inquietó la meta de Moyá con algún disparo de Trochowski. Con los germanos volcados España pudo sentenciar, pero faltó calma para dar el último pase. En cualquier caso el trabajo estaba hecho, y España se proclamaba Campeona de Europa sub'19 siete años después, con Fernando Torres nombrado nuevamente Mejor Jugador y Máximo Goleador. Con un nuevo título en categorías inferiores bajo el brazo, Iñaki Sáez empezaba a pensar ya en la absoluta y, viendo sus resultados (y aunque no había pasado ni mes y medio desde el escándalo de Al-Ghandour), ¿cómo no ilusionarnos otra vez con la Selección?


sábado, 30 de mayo de 2009

2001, Europeo sub'16: Ha nacido un Niño

Si hay una categoría en la que España sea clara dominadora a nivel europeo, ésa es sin duda la actual sub'17. Los Campeonatos de Europa sub'17 se celebran anualmente desde 1984 y son, por edad, los primeros torneos oficiales de selecciones nacionales, la primera oportunidad para ver competir internacionalmente a los jugadores más jóvenes y prometedores del planeta, y está claro que a los cadetes españoles les gusta dejarse ver. Desde la primera edición del Europeo (año 1982), cuando éste nació en categoría sub'16, hasta el último campeonato celebrado hace un par de semanas en Alemania, nuestros chavales han levantado el trofeo continental nada menos que en 8 ocasiones, más que ningún otro país. Y de esos 8 títulos, 6 se han conseguido bajo la sabia batuta del gran Juan Santisteban. Nuestra cantera siempre (o casi siempre) está ahí, ya que en otras 4 ocasiones se fueron a casa con el amargo sabor del subcampeonato y 5 veces más quedamos apeados en semifinales. El balance es poco menos que espectacular.

Desgraciadamente, los internacionales sub'17 acaban desapareciendo del panorama futbolístico con mucha facilidad. Muchos de los jugadores que destacan a edades tan tempranas luego ven como su evolución se estanca por múltiples motivos: una lesión, un deficiente desarrollo futbolístico posterior, la explosión más tardía de otros chavales o incluso aspectos extradeportivos hacen que no sean muchos los que consigan dar el salto y desarrollar una carrera profesional al más alto nivel. Por ejemplo, del Europeo de 1999, conseguido unos pocos días después del éxito de la sub'20 en Nigeria, sólo los nombres de Pepe Reina, Mikel Arteta o Fernando Navarro son reconocibles por el gran público, aunque otros como Parri o Corrales hayan llegado también a Primera. Pero la generación de 1984, que disputó el Campeonato de Europa sub'16 en 2001, es otra historia. Historia que, por supuesto, merece ser contada.

Y no es fácil hacerlo, ya que la UEFA sólo nos muestra datos completos de sus competiciones de base desde 2002 y la atención de los medios por estos campeonatos aparece sólo cuando se alcanzan los últimos partidos (y no siempre). No obstante, comencemos. El de 2001 era el último Europeo que se celebraba en categoría sub'16 ya que, siguiendo recomendaciones de la FIFA, la UEFA había decidido adoptar las categorías FIFA para sus competiciones continentales (así, en 2002 el Campeonato sub'16 pasaría a ser sub'17 y el sub'18 se convertiría en sub'19). Se mantenía el formato establecido en 1993 para hacer de este torneo sub'16 una réplica de la Eurocopa absoluta, por lo que a la cita de 2001, que se celebró del 22 de abril al 6 de mayo en varias ciudades del centro y nordeste de Inglaterra, acudieron 16 selecciones. España quedó encuadrada en el Grupo A junto a Rumanía, Bélgica y Alemania, selección que teóricamente debería acompañarnos a cuartos de final, y disputó los 3 partidos de esta primera fase en la pequeña localidad de Durham, de unos cuarenta mil habitantes y situada a unos 30 kilómetros al sur de Newcastle. En el humilde New Ferens Park, los pocos aficionados que se acercaron a ver el debut español contra los rumanos descubrieron a una selección llena de calidad que estaba llamada al éxito y, entre todos sus jugadores, a dos que se entendían a las mil maravillas: un pequeño centrocampista de aspecto enfermizo al que nadie parecía poder arrebatarle el balón y un espigado y pecoso delantero capaz de realizar maniobras inverosímiles, y que atendían a los nombres de Andrés Iniesta y Fernando Torres. Con la inestimable ayuda de compañeros como Moyá, Miguel Flaño, Melli o Gavilán, entre los dos se bastaron para superar con facilidad a Rumanía (3-0) y golear a Bélgica (5-0). El último partido ante los alemanes parecía un trámite, pero un tempranero gol germano complicó las cosas. Alemania se dedicó a defender con todo y a no dejar que España desarrollara su juego, interrumpiendo el juego con continuas y peligrosas entradas que tenían un claro objetivo: parar a Iniesta a toda costa. Y a fé que lo consiguieron, pues el albaceteño tuvo que retirarse lesionado a 10 minutos para el final con los ligamentos dañados. El Europeo se había acabado para él, y poco importó el segundo gol teutón. España pasaba a cuartos gracias a la diferencia de goles con Bélgica pero perdía a uno de sus mejores jugadores. La única nota positiva era que en cuartos se evitaba al anfitrión Inglaterra, aunque a costa de tener que enfrentarse a Italia.

Era el momento de que alguien asumiera las responsabilidades en el equipo, y ese fue Fernando Torres. Formando pareja de ataque con Diego León (por entonces de características similares a Iniesta, aunque luego las lesiones, la política de cantera del Real Madrid y sus propias decisiones le apartaron de la élite), el de Fuenlabrada creció en todos los aspectos hasta erigirse en el líder del grupo. Su temporada había comenzado en diciembre, tras recuperarse de una grave lesión de rodilla, por lo que estar en aquel Europeo ya era un premio, pero asumió los galones y siguió goleando (ya llevaba 3 goles en 3 partidos). De alguna manera, para él la fase eliminatoria sería también premonitoria: en su primera visita a un estadio Premier (el Stadium of Light, de Sunderland) hizo el tanto del empate ante los transalpinos (España pasó en los penaltis, donde Torres también anotó su lanzamiento) y anotó otros 2 más en el Riverside de Middlesbrough que sirvieron para doblegar a Croacia en semifinales (3-0). Cómo imaginar entonces que algún día convertiría los campos ingleses en su lugar de trabajo habitual. Guiados por la estrella rojiblanca, los nuestros se conjuraron para dedicarle el título a Iniesta y también a Gorka Larrea, delantero de la Real Sociedad lesionado ante los italianos.

Pero la final de Sunderland no sería nada fácil, ya que enfrente estaría una temible selección francesa que llegaba después de apabullar a todos sus rivales, con 17 goles marcados y sin recibir ninguno. La última exhibición, un 4-0 ante Inglaterra, les situaba como claros favoritos y había despertado el interés de muchos clubes en su pareja atacante formada por Florent Sinama-Pongolle y Anthony Le Tallec, que tras el torneo firmarían por el Liverpool. Sin embargo, el cuadro de Santisteban planteó un partido muy serio, con el equipo replegado para maniatar el juego francés y aprovechar al máximo las potentes arrancadas de Torres, quien a los dos minutos ya estuvo a punto de inaugurar el marcador, aunque falló por poco. Luego el partido entró en una dinámica de domino francés que se prolongó hasta el descanso, aunque sin que Moyá tuviera que intervenir. Los segundos cuarenta minutos vieron un resurgir español, con más presencia ofensiva hasta que a Diego León le aguantó el fuelle. Se pasó de nuevo al dominio de Francia, mucho más entera físicamente, pero entonces llegó el milagro. En su enésima cabalgada solo contra el mundo, Torres cayó en el área y el árbitro inglés Andy D'Urso señaló los once metros. El propio Fernando se encargó de lanzar el penalti y su fuerte disparo se coló junto a la cepa del poste, haciendo inútil la buena estirada del meta galo (ver gol). Quedaban 5 minutos para el final pero ése no era el día de Sinama y Le Tallec sino el de Fernando Torres, que robó todo el protagonismo a los flamantes fichajes "reds" marcando el gol decisivo, alzándose con el título de máximo goleador y siendo declarado Mejor Jugador del torneo. Semanas después, Torres debutaría en Segunda con el primer equipo rojiblanco, convirtiéndose enseguida en un ídolo para una hinchada huérfana de símbolos sobre el césped, y con el tiempo acabaría llegando a lo más alto del escalafón futbolístico, triunfando incluso donde fracasaron sus rivales de aquel día, ante la fervorosa afición de Anfield. Pero para eso quedaban seis largos años. Aquella tarde de mayo sólo intuíamos que había nacido una estrella.