No faltó mucho para que se nos atragantara el envenenado regalo que nos supuso el pase como primeros de grupo, y es que durante muchos minutos la razón estuvo de parte de los que temíamos que aquella indolente selección brasileña que se había arrastrado en Montreal durante la primera fase fuera a despertar precisamente en Burnaby, en la otra punta del país, y contra España. Pero como tantas otras veces, nuestros jugadores se encargaron de demostrarnos que para ellos no existían esos fantasmas alimentados por años y años de malas experiencias con la selección absoluta, sino que lo que habitaba en su interior era una fe inquebrantable en sus posibilidades que crecía cuanto más grande fuera el escollo al que se enfrentaran. Y una vez más, tras el partido pensamos que estaba un poco más cerca el día en que algunos de esos chavales sin complejos acabarían por desterrar todos esos fantasmas en un campeonato absoluto. El choque comenzó a las cinco y cuarto de la mañana hora peninsular española, intempestivo horario que sin embargo nos permitió a muchos conectarnos al partido en su momento álgido. Después de una primera parte de tanteo, en la que ambos equipos demostraron ser conscientes de lo que había en juego y miraron más hacia su puerta que a la del rival, la locura se desató al borde del descanso. Brasil golpeó primero y dio dos veces, colocando un sorprendente 2-0 en un intervalo de apenas tres minutos gracias a los goles de Leandro Lima, en acrobático remate, y Pato, tras una gran jugada de Marcelo. Sin comerlo ni beberlo España se veía muy por detrás en el marcador, y si no llegó noqueada al descanso fue porque casi en la jugada siguiente al segundo tanto brasileño una falta botada por Mata al corazón del área acabó rebotando en Piqué y alojándose mansamente en la portería de Cassio. Así que gracias a ese golpe de suerte tras el intermedio las espadas seguían en todo lo alto. Llegaba la hora de buscar el empate y la presencia de Esteban Granero, que sustituyó a Marcos, se antojaba fundamental para romper la ordenada defensa de una selección canarinha que parecía haberse cansado de las críticas de la primera fase y estaba dispuesta a morir sobre el campo para conservar su ventaja. Pasaban los minutos y Meléndez tuvo que dar entrada a Alberto Bueno para buscar más mordiente en ataque, aunque a costa de perder a la auténtica referencia del centro del campo, Sunny. La ausencia del hispano-nigeriano se notó y el partido terminó por convertirse en un choque de ida y vuelta en el que tanto Granero como Diego Capel, pero también los atacantes brasileños, se sentían a sus anchas. Los acercamientos, más que las oportunidades, caían para ambos bandos pero el gol no llegaba, hasta que faltando apenas cinco minutos para el 90 Javi García tiró de picardía para lanzar rápidamente una falta mientras el meta brasileño colocaba una barrera a la que nadie había solicitado distancia. El balón entró y pese a las protestas brasileñas el tanto subió al marcador, levantando la moral de unos españoles que afrontaron la prórroga convencidos de la victoria. La figura de Granero emergió entonces imperial y de sus botas nació todo el juego ofensivo, que fue mucho, de una España físicamente más entera y que arrasó a su rival. Bueno culminó la remontada cerca del ecuador con un perfecto cabezazo a un no menos perfecto centro de Capel, y con Brasil ya casi hundida y con un hombre menos, el pichichi Adrián López vio recompensado su enorme trabajo durante todo el partido cuando, con el tiempo cumplido, se encontró con un balón suelto en el área que no tuvo problemas para llevar a gol. España se metía en cuartos de final y la misma fortuna que nos había colocado a Brasil en el primer cruce parecía querer recompensarnos con un resto del cuadro prácticamente limpio de rivales de entidad.
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De entrada el rival en cuartos sería la República Checa, que ya debía haber sido nuestro contrincante en la final del Europeo del año anterior de no haberse cruzado entonces un sorprendente equipo escocés que pasó por Canadá con más pena que gloria. En cualquier caso no parecía un obstáculo demasiado complicado, y más viendo el sufrimiento con el que se habían plantado en esa ronda, después de doblegar a Japón en la tanda de penaltis. Por esta misma parte del cuadro iban Austria, que había acabado con el sueño de Gambia, y Estados Unidos, que se había deshecho de Uruguay con un gol en la prórroga de su cerebro Michael Bradley y parecía nuestro más firme rival por un hueco en la final. Eso en teoría, claro, pero ya comentamos alguna vez que en el fútbol las teorías son de naturaleza más bien frágil. En cualquier caso era evidente que la competencia por el otro lado del cuadro era bastante más dura: Chile (que derrotó a Portugal), Nigeria (que batió a Zambia), Argentina (que se deshizo de Polonia) y México (que se impuso a Congo) eran cuatro equipos que por fútbol sin duda merecían llegar más lejos de los cuartos de final.
1-1
(2-4)
Quizá esa aparente sencillez fue lo que nos hizo caer, o a lo mejor fueron las grandes expectativas levantadas tras la gran victoria ante una Brasil que, en todo caso, en Canadá nunca hizo honor a la camiseta que representaba. O simplemente pasó que la República Checa supo plantear mejor el partido para sus intereses y contó con esa pizca de suerte que siempre se necesita para pasar estas eliminatorias. Pero lo más probable es que fuera una conjunción de todo lo anterior la que provocó la sorprendente eliminación de España. El partido, disputado en la cálida tarde de Edmonton, en la franja central de Canadá, lo pudimos ver aquí al filo de la medianoche de aquel sábado 14 de julio, y estuvo marcado por el mal estado del césped del estadio de la Commonwealth y por el dominio abrumador de la selección española, que sin embargo no supo traducir en el marcador esa superioridad a la que la República Checa consintió gustosa, encantada en su papel de achicar balones esperando una oportunidad. En una pesada primera parte en la que España se mostró más gris y espesa de lo habitual, pese a la presencia en el once titular de Granero, Crespo tuvo la mejor oportunidad en una espectacular cabalgada desde su propio campo en la que se fue escapando de cuantos rivales le salieron al paso hasta plantarse en el área checa, aunque su apurado disparo con la derecha no entrañó ningún problema para el meta Petr, que pese a todo puso la nota de suspense antes de recoger el balón. Sin noticias de Martin Fenin y Petr Janda, en principio dos de los hombres más peligrosos de los checos, España cayó en el ritmo lento que pretendía su rival y cuando despertó, ya en la segunda parte, pagó cara su falta de acierto en el remate. Con un Mata muy precipitado en casi todas sus acciones y un Capel incapaz de conectar con sus compañeros de ataque, las oprtunidades fueron primero para Granero y luego para Adrián López, que inexplicablemente mandó al palo la mejor ocasión hispana de los 90 minutos. El partido se iba irremediablemente a la prórroga y las opciones de los checos aumentaban a cada instante. Habían planteado un partido a los penaltis o a una jugada aislada, y cuando parecía claro que ya sólo buscaban lo primero se encontraron con lo segundo: Adán salió mal en un córner y Lubos Kalouda recogió el fallido despeje de Crespo para empalmar a la red desde fuera del área. El balón atravesó limpiamente aquella atestada zona y acabó incrustándose en las mallas de la meta española. Era el minuto 103 y si después de todo aquel tiempo no habíamos sido capaces de romper la muralla checa parecía imposible conseguirlo en poco más de un cuarto de hora y con las fuerzas demasiado justas. Pero una vez más España se levantó y creyó en sí misma, y Piqué estuvo a punto de empatar incluso antes del descanso de la prórroga, aunque su espectacular testarazo se estrelló en el larguero. Sin embargo eso no desanimó al equipo, que lo siguió intentando hasta que en el 110 Mata remachó a gol un disparo al poste de Bueno. El propio Bueno tuvo en sus botas el gol de la victoria, pero su remate salió desviado y el choque se marchó a los penaltis. Este era el plan de la República Checa, que contaba con un inspirado Petr que en octavos ya había detenido dos penas máximas a los japoneses. Y mientras que los cuatro checos que lanzaron encontraron el camino del gol, por parte española Marc Valiente estrelló su disparo en el larguero y en el quinto Piqué no pudo superar la buena estirada de Petr. Entre lágrimas, los jugadores españoles acabaron preguntándose cómo se les podía haber escapado esta oportunidad.
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Ahí acabó el sueño de un equipo español que, como ocurriera dos años antes en Holanda, tenía todos los mimbres para lograr algo importante pero no supo desarrollar todo su potencial: un portero con planta y buenas condiciones como Adán, una de las mejores parejas de centrales del torneo, formada por Marc Valiente y Piqué (curiosamente los dos fallaron en la decisiva tanda de penaltis ante la República Checa), un buen lateral derecho en Barragán, con dos buenas opciones para el lateral zurdo como Crespo y Canella, un versátil centro del campo con la fuerza no exenta de calidad de Javi García y Sunny (otro de los destacados del equipo), más la buena presencia de Mario y las gotas de clase de Granero, un puñal por la izquierda como Capel (este sí que probablemente fuera el mejor del equipo) y la interesante aportación de Toni Calvo o Iriome por la derecha, dejando al ya valencianista Mata (que no hizo su mejor campeonato) como enlace con un buen delantero como Adrián (que pese a no ser un hombre de área acabó con 5 tantos entre los máximos goleadores), y la amenaza silenciosa de un Bueno que sin hacer ruido siempre aparecía en el lugar indicado, deberían haber sido ingredientes más que suficientes para plantarse al menos en semifinales, meta que no se pudo lograr por esos pequeños detalles que hacen tan grande al fútbol.
Pero si esos penaltis acabaron con el sueño español también prolongaron el de los checos, sueño del que sólo se despertarían en la final y de una manera también algo injusta. Por de pronto los cuartos de final fueron también la inesperada tumba de Estados Unidos, que pese a adelantarse en el marcador con un nuevo gol de Altidore vio como Austria culminaba una merecida remontada en la prórroga con un gol de su héroe Erwin Hoffer. Así se conformaba una de las semifinales más sorprendentes de los últimos años, entre dos equipos que no aparecían en ninguna quiniela antes de empezar el campeonato. En ese duelo de cenicientas la República Checa salió mejor plantada y en un cuarto de hora cobró una ventaja de dos goles que ya no vería peligrar, llegando a una final que sí se mereció en el Europeo pero que parecía un premio demasiado grande para lo demostrado en la cita mundialista. Por el otro lado Argentina se deshizo de México en otra de las finales anticipadas gracias a un gol de Maxi Moralez, otro de los destacados del torneo (acabó llevándose el balón de plata) pese a su corta estatura, característica que parecía necesaria para formar en un ataque que completaban Agüero, Mauro Zárate, Di María, Piatti o Lautaro Acosta y en el que sólo Zárate superaba, y por poco, el 1'70. Su rival en semifinales sería Chile, que pese al mayor dominio africano fue capaz de aguantar el empate a cero ante Nigeria hasta el minuto 90 para luego rematar increíblemente la faena (4-0) en una de las prórrogas más demenciales que uno recuerda. La semifinal fue un partido bronco en el que Argentina se mostró mucho más eficaz ante unos jugadores chilenos muy nerviosos y que acabaron con nueve hombres y tres goles en contra. La albiceleste era por tanto claramente favorita en el partido por el título, pero la trayectoria de los checos no permitía demasiadas confianzas y de hecho durante la primera parte Argentina apenas creó peligro ante la ordenada defensa checa. Para ponerle más emoción al partido, en el minuto 60 Martin Fenin adelantó a los europeos en una gran maniobra, pero sólo un minuto después Agüero aprovechó el primer error (de bulto, eso sí) de la zaga checa para igualar. El Kun acabó llevándose los máximos galardones (Balón y Bota de Oro) y refrendó en Canadá lo que había apuntado en Holanda con solo 17 años y lo que venía mostrando en su primera temporada en Europa. Tras el empate el partido se convirtió en un acoso constante a la meta de Petr hasta que a cinco minutos del final Mauro Zárate se marcó un jugadón individual tras un córner y subió el segundo al marcador con un fuerte disparo al palo corto. Con un equipo fuerte y muy bien conjuntado por Hugo Tocalli, Argentina lograba su sexto título sub'20, el segundo consecutivo y el quinto de los últimos siete disputados, una impresionante racha que desgraciadamente para los sudamericanos no se ha traducido en éxitos en la absoluta y que además se verá lastimosamente truncada en este próximo Mundial de Egipto para el que la albiceleste no ha logrado clasificarse.
Informe Mundial sub'20 2007 (por Hoeman)
Desconozco el palmarés de Argentina en categorias inferiores pero me da la sensación de que tal vez sea una de las más laureadas a nivel de mundiales y juegos olímpicos, logran siempre buenos jugadores, además a estas edades ya suelen estar por fuera y compitiendo a buen nivel.Saludos
ResponderEliminarCreo que es una de las claves, sobre todo en los últimos tiempos, tienen siempre buenos futbolistas pero además cuando llegan estos campeonatos muchos ya tienen experiencia fuera de su país, algunos en equipos importantes de Europa, mientras en el resto de selecciones (incluída Brasil) la mayoría de jugadores todavía están en filiales o equipos menores. LLevan 6 mundiales sub'20 (5 de los últimos 7) y dos oros consecutivos en JJ.OO., pero el año pasado no estuvieron a la altura en el sudamericano y se quedaron fuera del Mundial, la verdad es que sorprendió mucho. Y también sorprende que en estos más de diez años de dominio en categorías juveniles no hayan logrado ni siquiera una Copa América con la absoluta, y que en los Mundiales hayan sumado decepción tras decepción.
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